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Como la mujer que perdió una moneda, como el pastor que había perdido una oveja, y como el padre del hijo pródigo y del hijo mayor, tampoco nosotros habríamos de descansar fácilmente cuando percibimos que otros están separados de nosotros.
No huyas de la soledad. No la mires como tu enemiga. No busques a otra persona para que cure tu soledad. Percibe la soledad como una vía privilegiada hacia la profundidad y la empatía.
Hay una buena razón por la que espontáneamente nos sentimos incómodos frente a gestos patentes de intimidad que pretenden realmente expresar emoción personal.
Estamos en manos seguras -en las de Dios-, manos mucho más amables que las propias nuestras. Podemos fiarnos de Dios, y en ningún otro lugar o en ningún otro momento es esto más conmovedor que en el hecho del suicidio.
Algunas veces la gente de iglesia intenta señalar una cuestión moral concretacomo la prueba definitiva para determinar si alguien es o no es verdadero seguidor de Jesús. Si hubiera de existir una verdadera prueba definitiva que muestre al genuino seguidor de Jesús, ojalá fuera ésta: ¿Puedes seguir amando a los que te malinterpretan, a los que se te oponen, te son hostiles y te amenazan – sin sentirte paralizado, endurecido o condescendiente?