En el exilio

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Como cristianos, creemos que llevamos la imagen de Dios en nosotros y esta es nuestra más profunda realidad. Hemos sido creados a imagen de Dios. Pero concebimos esta imagen de una forma demasiado ingenua, romantica y piadosa. Imaginamos que en algún lugar dentro de nosotros hay un bello icono de Dios estampado en nuestras almas. Puede ser, pero Dios, tal y como afirma la Escritura, es más que un icono. Dios es fuego -libre, infinito, inefable, incontenible. (Ron Rolheiser, OMI)
El último buen criterio de la evolución

El último buen criterio de la evolución

La evolución -expresó Charles Darwin en famosa afirmación- funciona  por la supervivencia de los más aptos. La Cristiandad, por otra parte, está comprometida con la supervivencia de los más débiles. Entonces, ¿cómo cuadramos con la evolución nuestro ideal cristiano de hacer una opción  preferencial por los débiles?

¿Quién soy yo para juzgar?

¿Quién soy yo para juzgar?

Quizás la sencilla frase del papa Francisco, tan frecuentemente citada, sea  su respuesta a una pregunta que se le hizo vis-a-vis sobre la moralidad de un matrimonio gay en el que la relación presenta un amor fiel. Su molesta-famosa respuesta: ¿Quién soy yo para juzgar?

Principios para el diálogo interreligioso y sus actitudes

Principios para el diálogo interreligioso y sus actitudes

 Vivimos en un mundo y en religiones que se dan también a la falta de respeto y la violencia. Virtualmente, todos noticiarios documentan hoy el uso generalizado del desacato y la violencia hechos en nombre de la religión, desacato hecho por causa de Dios (a pesar de lo extraña que puede parecer esa expresión). Invariablemente, esos que obran así ven sus actuaciones como sagradas, justificadas por una causa santa.

Dónde encontrar la resurrección

Dónde encontrar la resurrección

Hay cosas que necesitan una crucifixión. Todo lo que es bueno se lleva eventualmente chivos expiatorios y crucificados. ¿Cómo? Por ese curioso y perverso dictado, de algún modo innato en la vida humana, que asegura que siempre hay algo o alguien  a quien no se debe dejar en paz, sino, por razón de sí mismo, se debe buscar hasta dar con él y atacar lo que tiene de bueno.

La Pasión de Jesús

La Pasión de Jesús

 El renombrado escritor espiritual Henri Nouwen cuenta cómo una vez fue a un hospital a visitar a un hombre que estaba muriendo de cáncer. El hombre era aún relativamente joven y había sido una persona muy trabajadora y fecunda. Fue padre de una familia a la que proveyó de todo lo necesario. Fue el director ejecutivo de una grande compañía y tuvo buen cuidado tanto de la compañía como de sus empleados.

Acoger al forastero

Acoger al forastero

En las Escrituras Hebreas, esa parte de la biblia que llamamos el Antiguo Testamento, encontramos un fuerte desafío religioso a acoger al forastero, al extranjero. Esto fue recalcado por dos razones: Primera, porque, en otro tiempo, el pueblo judío mismo había sido extranjero e inmigrante. Sus escrituras continuaron recordándoles que no olvidaran eso. Segunda, ellos creían que la revelación de Dios, casi siempre, nos viene a través del forastero, en lo que es foráneo a nosotros. Esa creencia era integrante de su fe.

Moralización amargada

Moralización amargada

Uno de los peligros inherentes a intentar pasar toda una vida de fidelidad cristiana es que somos propensos a volvernos moralizadores amargados, hermanos mayores del hijo pródigo, airados y celosos de la supergenerosa misericordia de Dios, amargados  de que las personas que se descarrían y se pierden puedan acceder tan fácilmente a la mesa del banquete celestial.

El poder de Dios como impotencia

El poder de Dios como impotencia

El novelista y ensayista francés Léon Bloy hizo una vez este comentario sobre el poder de Dios en nuestro mundo: “Parece que Dios se ha condenado hasta el fin de los tiempos a no ejercer ningún derecho inmediato de amo sobre criado ni de rey sobre súbdito. Podemos hacer lo que queremos. Él se defenderá sólo por su paciencia y su belleza”.

Acedia y Sabbat

Acedia y Sabbat

Los primeros monjes cristianos creían en algo que llamaban Acedia. Más coloquialmente, lo llamaban El diablo de mediodía, un nombre que describe esencialmente el concepto.

Llevar nuestras heridas a la Eucaristía

Llevar nuestras heridas a la Eucaristía

Recientemente me vino un hombre pidiendo ayuda. Cargaba en su alma  profundas heridas, no físicas sino emocionales. Lo que me sorprendió inicialmente fue que, aun estando profundamente herido, no había estado  severamente traumatizado ni en su infancia ni en su adultez. 

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