Cada vez que vayamos a la oración, o a ejercer nuestro ministerio, o a hacer algo religioso, es bueno preguntarnos a nosotros mismos: ¿De quién o de qué se trata, realmente?
Cada vez que vayamos a la oración, o a ejercer nuestro ministerio, o a hacer algo religioso, es bueno preguntarnos a nosotros mismos: ¿De quién o de qué se trata, realmente?
En los Evangelios las palabras “multitud” (o “muchedumbre”) casi siempre se usan en sentido peyorativo, tanto es así que casi cada vez que aparecen esas palabras se las puede introducir con el adjetivo “estúpida” o “insensata”.
Tenemos en nuestros corazones algo de la envidia y amargura de Caín y tenemos nuestras manos algo manchadas de sangre. También nosotros, como Caín, hemos asesinado por celos, envidia y amargura.
La oración resulta fácil solamente a los principiantes o a los ya santos. Durante todos esos largos años intermedios, la oración es difícil.
Las leyes matemáticas y físicas han sido siempre una de nuestras mayores constantes. No cambian, son previsibles y fiables, no propensas a extrañas sorpresas. Pero ahora, cada vez más, los científicos se están percatando de que incluso las leyes físicas a veces ofrecen sorpresas inesperadas y muestran una libertad que nos deja perplejos.
La soledad consiste en estar suficientemente dentro de tu propia vida, de forma que puedas experimentar realmente lo que allí se esconde.
Pero eso no es fácil. Es raro que nos encontremos a nosotros mismos dentro del momento actual.
¿Por qué marcamos aparte cuarenta días cada año para renunciar de forma voluntaria a algunos goces legítimos, a fin de prepararnos para Pascua?
La santidad se alcanza cumpliendo las obligaciones que ineludiblemente se abren ante nosotros cada día.
En todas partes se encuentra la paradoja: A veces las cosas que piensas que te van a hacer feliz acaban entristeciéndote, y a veces lo mismísimo que te parte el corazón de dolor es también lo que lo abre al calor humano y a la gratitud.
Ciudad Redonda va a ofrecer semanalmente la traducción de la columna de Ron Rolheiser.
¿Qué pasaría si todos nosotros fuéramos más coherentes? ¿Y si todos nosotros fomentáramos lealtades más amplias?