Estamos rodeados por muchas voces. Rara vez hay un momento en nuestra vida, durante el día, en el que alguien o algo no nos esté llamando, y en el que, aun en las horas de sueño, los sueños y pesadillas no llamen nuestra atención. Y cada voz tiene su propia cadencia y su propio mensaje particular. Algunas voces nos invitan a entrar, prometiéndonos vida si hacemos esto o aquello, o si compramos un cierto producto o una cierta idea; otras voces nos amenazan. Algunas voces nos hacen señales para quedar atrapados en el odio, la amargura y la ira, mientras que otras nos retan hacia el amor, la misericordia y el perdón. Algunas voces nos dicen que son juguetonas y divertidas, que no deben tomarse en serio, mientras otras anuncian a bombo y platillo que son urgentes e importantes, la voz de la verdad no-negociable, la voz de Dios.
En medio de todas estas voces: ¿Cuál es la voz de Dios? ¿Cómo reconocemos la voz de Dios entre y dentro de estas voces?
La pregunta no tiene fácil respuesta. Dios, como nos dice la Escritura, es el autor de todo lo bueno, lleve o no una etiqueta religiosa. De ahí que la voz de Dios se encuentre en muchas cosas que no están explícitamente conectadas con la fe y la religión, así como, por el contrario, la voz de Dios no se encuentre en todo lo que se hace pasar por religioso. Pero, ¿cómo discernimos esto?
Jesús nos ofrece una metáfora maravillosa con la que podemos actuar; pero es precisamente sólo una metáfora: Nos dice que él es el “Buen Pastor” y que sus ovejas reconocerán su voz entre otras muchas voces. Al compartir esta metáfora, Jesús está describiendo una práctica común entre los pastores de aquel tiempo: Por la noche, para asegurar protección y compañerismo, los pastores juntaban sus rebaños en un cercado o aprisco común. Entonces, por la mañana, separaban las ovejas valiéndose de su voz. Cada pastor tenía entrenadas a sus propias ovejas para aprender a reconocer su voz y sólo su voz. El pastor se alejaba un poco del aprisco llamando a sus ovejas, con frecuencia llamándolas por su nombre individual, y ellas le seguían. Sus ovejas estaban tan en sintonía con la voz de su pastor que no seguían la de otro, aun cuando a veces otro pastor intentara engañarlas imitando la voz de su propio pastor (los pastores con frecuencia hacían eso para intentar robar las ovejas del otro). Como un niño que, en un cierto momento, no se deja mimar por la voz de una niñera, sino que quiere y necesita la voz de su madre, así cada oveja reconocía íntimamente la voz de quien les guardaba; y no seguían la voz de otro.
Así pasa también con nosotros: en medio de todas las voces que nos rodean y nos hacen guiños, ¿cómo discernimos la cadencia única de la voz de Dios? ¿Cuál es la voz del Buen Pastor?
No tenemos fácil respuesta y a veces lo mejor que podemos hacer es fiarnos de nuestro propio instinto sobre lo bueno y lo malo. Pero tenemos una serie de principios que nos pueden ayudar, y que proceden de Jesús, de la Escritura y de los pozos profundos de nuestra tradición cristiana.
Lo que sigue a continuación es una serie de principios que nos ayuden a discernir la voz de Dios entre las muchas voces que nos hacen guiños para llamar nuestra atención. ¿Cuál es la cadencia única de la voz del Buen Pastor?
- Se reconoce la voz de Dios en los susurros y en los tonos suaves, mientras es reconocida también en el trueno y en la tormenta.
- Se reconoce la voz de Dios dondequiera se observe vida, alegría, salud, color y humor, mientras se la reconoce también dondequiera uno percibe muerte, sufrimiento, forzada pobreza y espíritu derrotado.
- Se reconoce la voz de Dios en lo que nos llama a lo más elevado, nos sitúa aparte y nos invita a la santidad, mientras se la reconoce también en todo lo que nos llama a la humildad, a la inmersión en la humanidad y en lo que rechaza denigrar a nuestra humanidad.
- Se reconoce la voz de Dios en lo que aparece en nuestras vidas como “extranjero”, como otro, como “extraño”, mientras se la reconoce en la voz que nos hace señas para entrar en nuestro hogar.
- La voz de Dios es la que más nos reta y nos exige, mientras, en última instancia, es la única voz que nos tranquiliza y nos consuela.
- La voz de Dios entra en nuestras vidas con el mayor de los poderes, mientras permanece siempre en vulnerabilidad, como un niño indefenso en el pesebre.
- La voz de Dios se oye siempre de modo privilegiado en los pobres, mientras nos hace señales a través de la voz del intelectual y del artista.
- La voz de Dios nos invita siempre a vivir por encima de todo miedo, mientras nos inspira un santo temor.
- La voz de Dios se oye en los dones del Espíritu Santo, mientras nos invita a no negar nunca las complejidades de nuestro mundo y de nuestras propias vidas.
- La voz de Dios se oye siempre allí donde haya auténtico placer y gratitud, mientras nos pide negarnos y morir a nosotros mismos y relativizar con libertad todo lo de este mundo.
La voz de Dios –eso parece– se encuentra siempre en la paradoja.