Maestra en esas lejanías

21 de septiembre de 2006
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En semejante lugar, una maestra sola. Apenas si llevaba quince días. Con veintitrés años y un hijito que traía con ella a aquel poblado. Antes de llegar del todo, tuvo que enviarlo de nuevo a casa. Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ella lloraba cuando, en canoa, los nativos la llevaban a su escuela. La lejanía es algo que nos duele; no estamos hechos para ella. Los árboles se callaban para ver y oír mejor lo que pasaba. Se escuchaba, acompasado, el ruido de la tangana[1] que empujaba la canoa río arriba, y nada más. Los nativos miraban hacia el agua y creían que era la del río. A ella, a la que iba a ser la profesora de sus hijos, no se atrevieron a mirarla. Siguieron con tangana llevándosela por el río. Para no desengañarse, ni miraron a la niña acuclillada. Y soñaron…, soñaron que era sólo el agua del río la que corría; la del río que se acerca, que pasa y que se va. Repitiendo siempre, eternamente repitiendo el acercarse y el pasar, para marcharse luego por su cauce sin parar.


[1] Palo largo con el que se impulsa la canoa cuando el lecho del río es poco profundo.

    

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