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¿Qué sucede cuando un evangelizador se atreve a responder, como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar»?
En el peregrinar por los templos se oyen homilías de diversos tonos, lo que no acabo de estar seguro de que sea obra del Espíritu, que sopla donde quiere, o de los hombres, en quienes más bien sopla donde le dejan.
Al fin, llegas y descubres el paraíso alejado que estos nativos escogieron para esconder su vivir de otros ojos que buscan nada más y sólo sensaciones o aventura.
En la iglesia se ora, expresión suprema del creer. En el hospital se cura, manifestación inteligible del amar. ¿Dónde, sin embargo, se yergue en nuestros pueblos un monumento a la esperanza?
Porque hay momentos… momentos en los que minutos escasos de un único día se hacen como siglos; y vives tanto en tan poco tiempo, que envejeces sin quererlo.