Desde Abrahán hasta Jesús vemos cómo las grandes figuras de nuestra fe no suelen decir fácilmente: ‘Hágase tu voluntad’.
Desde Abrahán hasta Jesús vemos cómo las grandes figuras de nuestra fe no suelen decir fácilmente: ‘Hágase tu voluntad’.
¿Por qué marcamos aparte cuarenta días cada año para renunciar de forma voluntaria a algunos goces legítimos, a fin de prepararnos para Pascua?
La santidad se alcanza cumpliendo las obligaciones que ineludiblemente se abren ante nosotros cada día.
En todas partes se encuentra la paradoja: A veces las cosas que piensas que te van a hacer feliz acaban entristeciéndote, y a veces lo mismísimo que te parte el corazón de dolor es también lo que lo abre al calor humano y a la gratitud.
¿Qué pasaría si todos nosotros fuéramos más coherentes? ¿Y si todos nosotros fomentáramos lealtades más amplias?
Hay muy pocas cosas tan potentes como una imagen poética.
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que hacemos un sacrificio?
Tanto la religión como el mundo lidian con el sexo, sólo que de manera diferente. Todos se esfuerzan y luchan.
Las puertas del infierno estaban cerradas y solamente Jesús podría abrirlas por medio de su muerte.
Dios nunca domina, nunca abruma, nunca tuerce el brazo de nadie, nunca empuja tu rostro contra algo como para quitarte tu libertad. Dios respeta nuestra libertad y nunca resulta para el hombre una fuerza coercitiva.