Una vida por el Reino. Annalena Tonelli.

2 de noviembre de 2007
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Me llamo Annalena Tonelli.  Nací en Forlí, Italia, el 2 de abril de 1943. Trabajo en el campo de la salud desde hace treinta años, pero no soy médico. Me he graduado en leyes en Italia. Tengo un título para la enseñanza de la lengua inglesa en las escuelas superiores de Kenya. Poseo certificados y diplomas de control de la tuberculosis en Kenya, de Medicina Tropical y Comunitaria en Inglaterra, de Leprología en España.

Ciudad Redonda

Dejé Italia en enero de 1969. Desde entonces vivo al servicio de los somalíes. Son treinta años que comparto con ellos. En efecto, siempre he vivido con ellos salvo pequeñas interrupciones en otros países por causas de fuerza mayor.
Desde que era una niña elegí entregarme a los demás: a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los no amados; así ha sido hasta ahora y confío que continuaré haciéndolo hasta el final de mi vida.

Quería seguir sólo a Jesucristo. Nada me interesaba de manera tan fuerte: EL y los pobres en EL. Por El hice una elección de pobreza radical… aunque nunca lograré ser pobre como un verdadero pobre… los pobres de los que está llena cada una de mis jornadas. Vivo ofreciendo mi servicio sin un nombre, sin la seguridad de una orden religiosa, sin pertenecer a ninguna organización, sin un sueldo, sin un depósito de aportes voluntarios para cuando sea anciana.

No estoy casada porque así elegí gozosa cuando era joven. Quería ser toda para Dios. No tener una familia propia, era como una exigencia de mi ser. Así ha sido por gracia de DIOS.
Tengo amigos que me ayudan lo mismo que a mi gente desde hace más de treinta años. Todo he podido hacerlo gracias a ellos, sobre todo a los amigos de Forlí, del Comité para la lucha contra el hambre en el mundo. Naturalmente, también cuento con otros amigos en varias partes del mundo. No podría ser de otra manera. Las necesidades son grandes.

Agradezco a Dios que me ha donado y sigue donándome estos amigos. Somos una cosa sola en dos surcos, diferentes en la apariencia, pero iguales en la sustancia: luchamos para que TODOS los hombres sean una cosa sola.

Dejé Italia después de haber servido durante seis años a los pobres de uno de los bajos fondos de mi ciudad natal, a los niños del orfelinato local, a las niñas con discapacidad mental y a las víctimas de grandes traumas en una casa de familia, a los pobres del Tercer Mundo, gracias a las actividades del Comité por la lucha contra el hambre en el mundo a cuyo nacimiento yo había contribuido.

Yo pensaba que no podría entregarme completamente permaneciendo en mi país… los límites de mi acción me parecían muy estrechos, apagados… Muy pronto comprender que se puede servir y amar en todas partes; pero ya estaba en África y sentí que era DIOS quien me había llevado allí y allí permanecería en el gozo y en la gratitud.

Partí decidida a “gritar el evangelio con la vida” siguiendo las huellas de Charles de Foucauld, que había encendido mi existencia. Treinta  y tres años después proclamo el Evangelio únicamente con mi vida y arde en mí el deseo de seguir proclamándolo hasta el final. Esta es mi razón de fondo junto con una pasión incontenible desde siempre por el hombre herido y disminuido sin haberlo merecido, más allá de la raza, de la cultura y de la fe.

Trato de vivir con extremo respeto hacia ‘aquellos’ que el Señor me ha dado. He asumido hasta donde es posible su estilo de vida. Vivo una vida muy sobria en la vivienda, en el alimento, en los medios de transporte, en los vestidos. He renunciado espontáneamente a las costumbres occidentales. He buscado el diálogo con todos. He dado CARE, amor, fidelidad y pasión. El Señor me perdone si pronuncio palabras demasiado grandes.
Prácticamente he vivido siempre con los somalíes, primero con los somalíes del Nordeste del Kenya, después con los somalíes de Somalia. Vivo en un mundo rígidamente musulmán. Los únicos frailes y monjas presentes en Somalia desde los tiempos de Mussolini hasta la guerra civil, que explotó hace once años, fueron aceptados exclusivamente para brindar un servicio religioso a los italianos.

He vivido los últimos cinco años en Borama, en el extremo Noroeste del país, en el confín con Etiopía y Djibouti. Allí no hay ningún cristiano con quien poder compartir. Dos veces al año, cerca de Navidad y de Pascua, el obispo de Djibouti viene a decir la Misa para mí y conmigo.

Vivo sola porque las compañeras, que junto con los pobres hicieron de mi vida un paraíso en tierra durante mis diecisiete años de desierto, se dispersaron después que fui obligada a abandonar  Kenya. Fue en 1984. El gobierno de Kenya trató de cometer un genocidio contra una tribu de nómadas del desierto. Querían exterminar a cincuenta mil personas. Mataron a mil. Yo logré impedir que la masacre prosiguiera y llegara a su objetivo. Por esta razón, un año más tarde, fui deportada. Callé en nombre de los pequeños que había dejado en casa y que habrían sido castigados si yo hubiese hablado. En cambio, a una voz hablaron los somalíes y lucharon para que se hiciera claridad y para que se diera a conocer la verdad sobre el genocidio.

Han pasado dieciséis años y el Gobierno de Kenya ha admitido públicamente su culpa, ha pedido perdón, ha prometido compensaciones a las familias de las víctimas. Los periódicos y la BBC han hablado por mucho tiempo acerca de mi intervención. Y hoy muchos de los somalíes, que tenían dudas sobre mí, me han aceptado y se han vuelto mis amigos. Hoy saben que estaba preparada para dar la vida por ellos, que arriesgué la vida por ellos.

En tiempos de la masacre, fui detenida y llevada delante de la corte marcial… Las autoridades, no todos somalíes, todos cristianos, me dijeron que me habían tendido dos emboscadas a las que había escapado providencialmente, pero que no habría escapado por tercera vez… Luego uno de ellos, un cristiano practicante, me preguntó qué me movía a comportarme de ese modo. Le respondí que lo hacía por Jesucristo que pide que nosotros demos la vida por nuestros amigos. Ahora yo he experimentado varias veces en el curso de mi ya larga existencia que no hay mal que no venga a la luz, no hay verdad que no sea revelada… Lo importante es continuar  luchando como si la verdad ya se hubiese cumplido y los atropellos no nos afectaran, y el mal no triunfase. Un día el bien resplandecerá. A DIOS pedimos la fuerza de saber esperar, porque puede tratarse de una larga espera… incluso hasta después de nuestra muerte. Yo vivo en la espera de DIOS y entiendo que me pesa menos que a los demás la preocupación por  los asuntos de los hombres.

Vivo profundamente entregada en medio de los pobres, de los enfermos, de aquellos a los que nadie ama. Me ocupo principalmente del control y de la curación de la tuberculosis. A Kenya fui como maestra porque era el único trabajo que, al comienzo de una experiencia tan nueva y fuerte, podía desempeñar decentemente sin hacer daño a nadie. Ante la carencia de maestros, fueron tiempos de intensa preparación de las clases de casi todas las materias, de estudio de la lengua local, de la cultura y de las tradiciones, de implicación intensa en la enseñanza, convencida como estaba de que la cultura es fuerza de liberación y de crecimiento. Los estudiantes, muchos de mi misma edad o algo más jóvenes que yo, que habían enfrentado al director cuando se había sabido que estaba por llegar una mujer maestra y le aseguraron que me impedirían el acceso al aula, se sintieron luego involucrados y estimulados profundamente. Los resultados fueron óptimos hasta el punto que, varios estudiantes de entonces, hoy ocupan posiciones espléndidas en los varios Ministerios, en el Gobierno, en las actividades privadas del país, y a menudo me llega el eco que todos los estudiantes del Nordeste de esos tiempos narran que han sido mis estudiantes y yo su maestra… lo que naturalmente no es verdad.

Recuerdo que casi inmediatamente después de mi llegada me enamoré de un niño enfermo de sickle cell y de hambre… eran los tiempos de una terrible carestía… he visto morir de hambre a mucha gente… Durante mi existencia, he sido testigo de otra carestía, diez meses de hambre, en Merca, en el sur de Somalia… y puedo afirmar que se trata de una experiencia tan traumatizante que es capaz de poner en peligro la fe.

Había tomado, para que vivieran conmigo, a catorce niños con las enfermedades del hambre. Doné inmediatamente mi sangre a aquel niño y supliqué a mis estudiantes que hicieran lo mismo… uno de ellos donó y después de él, muchos más, venciendo así la resistencia a los prejuicios y a la cerrazón  de un mundo que, a mis ojos de entonces, parecía ignorar cualquier forma de solidaridad y de piedad. Y fue quizás mi primera experiencia de que, también en un contexto islámico, el amor genera amor.

Pero mi primer amor han sido los tuberculosos, la gente más abandonada, más rechazada, la más rechazada en ese mundo. Desde hace siglos, la tuberculosis está presente en los somalíes. Se piensa que prácticamente toda la población esta infectada. Providencialmente sólo un porcentaje de las personas infectadas desarrolla la enfermedad en el curso de su existencia.
Me encontraba en Wajir, una aldea desolada en el corazón del desierto del Nordeste del Kenya, cuando conocí a los primeros tuberculosos y me enamoré de ellos y fue amor de por vida. Los enfermos de tuberculosis vivían en un pabellón como desesperados. Lo que más rompía el corazón era el abandono en que se encontraban, sus sufrimientos sin ningún tipo de consolación. No sabía nada de medicina. Comencé llevando el agua de lluvia que recogía de los techos de la bella casa que el gobierno me había dado como maestra de la escuela media. Iba con los bidones llenos, vaciaba sus recipientes con agua muy salada de los pozos de Wajir, y los llenaba con agua dulce. Ellos me hacían señas de mando aparentemente molestos por la torpeza de aquella joven mujer blanca, de cuya presencia parecía que querían librarse cuanto antes.

En ese entonces, todo estaba en contra mía. Era joven y por tanto no era digna ni de escucha ni de respeto. Era blanca y, por tanto, despreciada por aquella raza que se consideraba superior a todos: blancos, negros, amarillos, pertenecientes a cualquier nacionalidad que no fuera la de ellos. Era cristiana y por tanto despreciada, rechazada, temida. En ese entonces todos estaban convencidos de que yo había ido a Wajir para hacer proselitismo. Además, no estaba casada, algo absurdo en ese mundo en el que no existe el celibato y no es considerado como un valor, antes bien es un antivalor.

Treinta años después, sólo porque no estoy casada, en todo el mundo somalí que no me conoce bien, aún me miran con compasión y con desprecio. Sólo el que me conoce bien, dice y repite sin cansarse que yo soy somalí como ellos y que soy madre auténtica de todos los que he salvado, curado, ayudado, haciendo pasar así bajo silencio la realidad de que madre natural, no lo soy ni lo seré nunca.

Ciudad Redonda

Inmediatamente comencé a estudiar, a observar, cada día estaba con ellos, les servía en las rodillas, estaba cerca de ellos cuando se agravaban y no tenían a nadie que se ocupase de ellos, que les mirase en los ojos, que les infundiese fuerza. Después de algunos años, en la T.B. Mayatta (aldea) cada enfermo consciente de estar al final de su vida, quería que sólo yo estuviera a su lado para morir sintiéndose amado. Comencé a seguir sus tratamientos una vez que eran despedidos del hospital. La cosa se vino a saber. No se conocían tratamientos llevados a cabo en el desierto. Todos estaban afectados al 100%.

En 1976 me pidieron que fuera responsable de un proyecto de la OMS para curar la tuberculosis entre los nómadas, un proyecto piloto en toda Africa. Me pidieron que inventara un sistema para garantizar que los enfermos tomaban las terapias antituberculosas cada día por un período de seis meses. En efecto, por primera vez en Africa se aplicaron los tratamientos a breve plazo para un número abierto de enfermos, tratamientos que permiten la curación en un tiempo de seis meses mientras que entonces para curarse se necesitaban dieciocho meses de medicamentos tomados diariamente.

Era setiembre de 1976. Decidí invitar a los nómadas a detenerse en un pedazo de desierto frente al Rehabilitation Centre for the Disabled donde trabajaba junto con las compañeras que a lo largo de los años se habían unido a mí, todas voluntarias sin sueldo, por los pobres y por Jesucristo. Junto a ellas había creado un centro en el que ellas rehabilitaron a todos los poliomielíticos del desierto del Nordeste a lo largo de diez años. Éramos una familia. Además de los poliomielíticos, acogíamos algunos casos extremospiadosos para curarlos y rehabilitarlos, criaturas particularmente heridas: ciegos, sordomudos, minusválidos físicos y mentales… los chicos crecieron con nosotras como madres a tiempo completo y hasta sigo siendo para ellos un punto de referencia constante. 

Mientras tanto, los nómadas comenzaron a llegar con sus carpas amarradas en el dorso de los camellos. Desmontaban las esteras, las varillas curvadas, las cuerdas y construían las tiendas. Durante seis meses la ingestión de los fármacos era controlada cada día, los diagnósticos se hacían solamente con el examen de la saliva en el microscopio. El abastecimiento de los fármacos era absolutamente regular… lo cual es casi un milagro para Africa. Al cabo de seis meses, llegaba el camello o toda la caravana y el enfermo curado regresaba al desierto.
Este método, que la OMS denomina DOTS (Directly observed therapy short chemotherapy), se ha convertido en la global policy de la OMS para el control de la tuberculosis en el mundo y es aplicada en muchos países de Africa, de Asia, de América e incluso de Europa, como uno de los mejores medios para garantizar la atención del enfermo, atención sin la cual no existe curación auténtica, y sin la cual la llaga de la Tuberculosis seguirá expandiéndose en el mundo entero y cada vez en una forma más trágica, como es aquella de la resistencia a los fármacos antituberculosos.

La experiencia de la T.B. Manyatta fue una gran aventura de amor, un don de Dios. Fue gracias a la T.B. Manyatta, y sólo en parte al Rehabilitation Centre, porque en mi mundo los minusválidos cuentan incluso menos que los tuberculosos, que la gente comenzó a decir que quizás también nosotros iríamos al Paraíso… Durante cinco años nos habían echado en cara que nosotras no entraríamos nunca en el Paraíso porque no decíamos que No hay DIOS fuera de ALA’ y de Mahoma su Profeta.

Sucedió entonces un episodio grave que puso en peligro nuestra vida y entonces la gente comenzó a decir que seguramente también nosotras entraríamos en el Paraíso. Después nos ponían como ejemplo. El primero fue un anciano jefe que nos quería mucho… “Nosotros musulmanes tenemos la fe”, nos dijo un día, “y vosotras teneis el amor”. Fue como el tiempo del gran deshielo. Con mayor frecuencia la gente decía que ellos tendrían que hacer como nosotras, que ellos tendrían  que aprender de nosotras a CARE por los demás, en especial por aquellos más enfermos, más abandonados.

Diecisiete años después, luego de la masacre de Wagalla, un anciano árabe me detuvo en el centro de una de las calles principales de la pobre aldea y profundamente conmovido porque en medio de los muertos estaban sus amigos, porque me había visto cuando me habían pegado porque me encontraron mientras enterraba a los muertos, porque él había tenido miedo y no había hecho nada para salvar a los suyos mientras yo me había atrevido y arriesgado todo para salvar la vida de ellos que se habían vuelto míos, gritó porque quería que todos le oyesen: “En el nombre de Alá, yo te digo que si nosotros seguimos tus pasos, nosotros iremos al Paraíso”.

En Borama, donde hoy vivo, la gente ruega intensamente para que yo me convierta al islamismo. También en los demás lugares donde yo he estado en un determinado momento la gente comenzaba a rezar por mi conversión al islamismo. A menudo me hablan con delicadeza, añaden siempre que de todos modos DIOS sabe y que yo iré al Paraíso aunque permanezca cristiana. No quieren que yo me sienta herida. Luego tratan de que yo me sienta ‘asimilada’ a ellos, muy cerca de ellos. Me narran todo hadith en que el profeta Muhamad, siguiendo los pasos de Issa, Jesús, comía con los leprosos en el mismo plato, tenía compasión de los pobres, mostraba amor por los pequeños.

He regresado a Italia por un mes en junio de este año 2000. No regresaba desde hace muchos años. Para mi gente allá, ha sido un acontecimiento. Muchos han temido que alguien o algo me impediría regresar. Grande ha sido su gozo cuando me han vuelto a ver. Y el sheekh más amado, un sheekh de la zona, ha venido inmediatamente a mi oficina y me ha dicho que cuando estaba en Roma, para ellos existe casi sólo Roma en Italia, estaban felices y compartían con el pensamiento y la oración mi peregrinación, porque realmente se trataba de una auténtica peregrinación.

Ellos, seguía repitiéndome Sheekh Abdirahman, justamente orgulloso de su conocimiento, saben que en Roma están enterrados algunos de los discípulos de Issa, Jesús, su gran profeta. Visitar los lugares de su martirio es una de las peregrinaciones que cada musulmán quisiera hacer durante su vida. Ha sido de este modo que sintieron que habían sido ellos quienes me habían enviado en peregrinación y me esperaban a fin de que les narrase y compartiese con ellos. En sentido mucho más amplio, el diálogo con las demás religiones es éste. Es compartir. No hay necesidad casi de palabras. El diálogo es vivencia, o mejor, al menos yo lo vivo así, no tiene palabras.

Les decía que la tuberculosis es el flagelo en el mundo somalí. Pensad que en Borama, un centro con cincuenta mil personas, hemos diagnosticado y tratado mil quinientos enfermos al año, casi el 100% con escupitajo positivo sobre todo los primeros años. Ahora tenemos el problema del SIDA. Son sólo tres años que vemos a enfermos con TBC y VIH, pero el problema se está extendiendo. Habíamos bajado a ochocientos enfermos el año pasado, pero la presencia del VIH está haciendo subir tremendamente la punta. En un país como Somalia en donde la tuberculosis es endémica, la primera infección ocasional que los enfermos de VIH desarrollan es la tuberculosis. Nosotros trabajamos intensamente para que la población sea consciente del problema y luche dentro y fuera de sí mismos a fin de que se cambien los comportamientos y se trate de detener la difusión del VIH. Comencé hace treinta años con treinta camas y un número cada vez mayor de cabañas para los enfermos graves que no podían encontrar una cama en el pabellón, hasta llegar a más de doscientos.

Hoy cuento con doscientas camas, ocho pabellones nuevos que UNHCR ha construido para nuestra gente, un laboratorio construido por UNDP y, más aún, casi cien cabañas para los enfermos que no encuentran un lugar donde ser acogidos en la aldea… algunos vienen de lejos, de Etiopía, de Djibouti, de otras partes del país, otros son rechazados por sus familias por razones del estigma pegado a la enfermedad. La tuberculosis es parte de la gente, de su historia, de su lucha por la existencia. Sin embargo la tuberculosis es estigma y maldición: señal de un castigo enviado por DIOS por un pecado cometido, conocido o escondido. En Borama cada día continúa la lucha a favor de la liberación de la ignorancia, del estigma, de la esclavitud bajo los prejuicios.

Incluso ahora nosotros somos testigos de gente que elige no ser diagnosticada, curada y sanada y que, por tanto, elige morir con tal de no admitir públicamente que está enferma de Tuberculosis. La lucha es llevada adelante por el staff sobre todo a nivel personal. Con el sistema del DOTS, nosotros vemos a todos los enfermos cada día, cada día hablamos con ellos, cada día nos ocupamos de sus problemas pequeños y grandes. Cada día discutimos con ellos de lo que los tiene esclavos, infelices, en la oscuridad. Y ellos se liberan, se vuelven felices, están cada vez más en la luz.

En el centro T.B. hemos abierto escuelas para los enfermos y para sus amigos: una escuela de Corán, una escuela de alfabetización, una escuela de lengua inglesa. Son treinta años que yo me ocupo de escuelas: las organizo, si es necesario las construyo, las financio. La criatura capaz de vivir en DIOS ciertamente es un acontecimiento de gracia. Sin embargo permanece la realidad que con la educación el hombre florece más fácilmente en una criatura capaz de vivir en DIOS su creador y dador de todo bien. Los enfermos llegan a nosotros como seres mortificados, que sufren, atemorizados, pisoteados, infelices. Después de las primeras semanas de cuidado, apenas se sienten mejor, quisieran huir y regresar al bosque, a sus camellos, a sus cabras, a sus campos de millo.

En la ‘escuela’ de los coloquios con el staff cada día, en las escuelas de alfabetización, del Corán, de lengua inglesa, adquieren confianza, entienden las razones de la necesidad de completar los cuidados, de tomar de los medicamentos bajo supervisión, ya no sufren, ya no tienen temor de la TBC se sanan y se vuelven fuertes, incluso más fuertes que sus familiares, que sus amigos y conocidos. Una vez curados, la TBC no se difundirá a sus hijos, a sus esposas. Antes no sabían ni leer ni escribir. Antes no sabían casi nada de su religión. Ahora saben, la conocen en traducción, aprenden a entender y a apreciar los valores universales del bien, de la verdad, de la paz, del abandono en DIOS…” Alá ha dado, Alá ha quitado, bendito sea el nombre de Alá”. Aprenden a afrontar el sufrimiento físico y la muerte, a no temerlos, a no rechazarlos, a aceptarlos… ¡ALÁ ESTA PRESENTE! ALÁ sabe, conoce, guía…

Hablamos juntos todos los días, nos consolamos recíprocamente, encontramos fuerza y confianza en esta convicción lograda y recuperada y conquistada cada día… y su vida cambia… y nuestra vida cambia en una convicción cada vez más profunda, en una capacidad de vivir en la presencia de DIOS cada vez más auténtica.

Seis meses después, hay enfermos que piden ser admitidos para continuar asistiendo al centro y completar un curso de escuela, para completar el estudio del Corán. Todos se sienten maestros y muestran orgullosos a los demás sus conquistas, sus logros, su crecimiento en dignidad humana.

Mientras tanto, yo comparto su vida, me ocupo de todos los aspectos de sus cuidados, estudio cada día los textos de medicina para aprender a curarlos, para actualizarme, busco médicos y enfermeros, busco fondos porque no tengo acceso a los fondos de las ONGs, ya que soy una persona sola, sin una organización que me respalde, sirvo a los enfermos “en mis faldas”, hago muchas horas de clases al staff de enfermería para que sea más sensible, más atento, más capaz de CARE, más capaz profesionalmente.

Es gracias a este staff sensible, atento, CARING, que en el T.B. Centre tenemos también una clínica para los epilépticos y para los enfermos con trastornos mentales. Son los ‘endemoniados’ de este mundo. Nos los traen encadenados, sucios de sus excrementos, que a menudo gritan… Después de pocos días de atención y de CARE se liberan de las cadenas, comienzan a lavarse, poco a poco vienen sin sus acompañadores a recibir sus medicinas, lentamente florecen en personas normales.

Gracias a dos enfermeras-comadronas de mi staff y a dos sheeks, los más amados y respetados, que trabajan en estrecha colaboración con nosotros, llevamos adelante en la región una gran campaña para erradicar las mutilaciones genitales femeninas y la infibulación que en nuestro mundo son practicadas al 100%.

Gracias a este staff realmente único, nosotros nos hacemos promotores dos veces al año de un Eye Camp. Viene un equipo de especialistas de los ojos, amigos desde hace muchos años. En cuatro días operan un promedio de trescientos cuarenta ciegos sobre todo de catarata, empleando la lente intraocular. Durante el último Camp de agosto pasado se han superado a sí mismos; en efecto, han devuelto la vista a cuatrocientos cincuenta ciegos. La gente está infinitamente agradecida por este servicio. Nosotros llenamos Borama de banderas: “Era ciego y ahora veo”… nuestro Juan, pero ellos no lo saben.
Hablemos ahora de la escuela para niños sordos. Hace cuatro años, el primer niño somalí kenyota no oyente desde su nacimiento que yo había llevado a la escuela de educación especial para los sordos en Kenya cuando tenía cuatro años, ya adulto, vino a buscarme en Borama después de un viaje lleno de aventuras de casi un mes a través de Kenya y luego Etiopía. Tenía sus penas de amor y había sentido la necesidad de hablar de ello conmigo, que en cierto sentido había sido como su madre y que le había ayudado a estar de novio. Decidió inmediatamente permanecer conmigo y juntos dimos vida a una escuela para niños sordos. Ahora bien, nunca ha existido en Somalia la educación especial. Nunca se ha abierto una escuela para los niños sordos, para los niños ciegos, para los niños discapacitados mentalmente. Hasta que  no han visto nuestra escuela, incluso profesores universitarios no creían que fuera posible educar a un niño sordo. Aquí nadie lo creía posible. En cambio, hoy todos saben que no hay nada que un niño sordo no pueda hacer excepto que oír, no hay nada que un niño sordo no pueda aprender, no hay nada que un niño sordo no pueda sentir, que no pueda entender…

Ciertamente se trata de un camino largo, pero nosotros ya vemos una luz quizás todavía algo pálida, pero a los lejos es una luz tan fulgurante que hace henchir el corazón de alegría y de gratitud anticipando lo que será un día ya no muy lejano…¡nuevos cielos y una tierra nueva! En nuestra escuela comenzamos con tres niños sordos, luego cinco, luego ocho, después doce…, hoy tenemos cincuenta y dos.

Comenzamos enseñando en un cuarto de la casita que yo alquilo en Borama, luego construimos un techo en la parte externa, porque los niños crecían. Más adelante construimos otro cuarto en el recinto de la casa.

Mientras tanto llegaron algunos niños con discapacidad física, víctimas de la polio y de la guerra. Nos rogaron que los acogiéramos en nuestra escuela porque tenían miedo de asistir a las escuelas para niños normales… Es un mundo duro nuestro mundo de fuertes. No existe un espacio para los débiles. Decidimos acogerlos diciéndoles que cuando lograran confianza en sí mismos… el hecho de saber como los demás y mejor que los demás les habría dado inevitablemente la fuerza de levantarse y de sentirse como los demás, les habríamos pagado las tasas para asistir a las escuelas normales. Empleamos un óptimo maestro para ellos. Mientras tanto, los primeros niños TBC habían sanado y eran dados de alta y, después de haber aprendido florecer en las escuelas del TB Centre, querían continuar  aprendiendo, pero muchos de ellos no tenían el dinero para pagar las tasas escolares. Fue así que decidimos acogerlos en la sección junto con los niños discapacitados.
La gente hablaba cada vez más de nosotros, de los milagros que ocurrían en nuestra escuela. Fue así que el Alto Comisionado para los Refugiados ofreció construirnos una verdadera escuela. En 1998 construimos cuatro aulas, una oficina para los maestros, un pequeño almacén y los servicios higiénicos. Luego los amigos de Forlí construyeron dos aulas más; también unos amigos protestantes ingleses que había conocido en una serie de circunstancias providenciales – gente humilde y generosa, que me pedía no enviar informes de cómo empleaba su dinero, que me decía que todo iba bien, que todo era hermoso, que todo era don del Señor – construyeron tres aulas y dos baños, y más adelante los amigos de Forlí construyeron una aula más. En el pedazo de tierra que nos dio la comunidad todavía hay lugar para otra aula.

En dos años hemos acogido a treinta niños pertenecientes a un clan despreciado por los somalíes: son los trabajadores del hierro, del cuero, los peluqueros, los cazadores de caza menor. Nunca han enviado a sus niños a la escuela. Están guetizados; sus hijas no se casan con los somalíes de otros clan, sus hijos no se casan con chicas de otros clan. Ellos se rebelan contra DIOS y contra los hombres por su condición de rechazados, de despreciados, de marginados. Son buenos trabajadores… Ha sucedido que muchos de ellos estaban enfermos de TBC y de este modo han tenido la oportunidad de asistir a la escuela en el CentroTB, de saborear la belleza, la grandeza, el gozo de aprender, de entender, de desarrollarse, de crecer, de liberarse… y de este modo ha sido algo natural para ellos pedir que nosotros aceptáramos educar a sus hijos, estos hijos que por siglos comienzan a trabajar cuando son niños y se fatigan como ningún otro niño se fatiga y se ganan el arroz diario con el sudor de su frente.

Sucede que algunos intelectuales y luego algunos ricos vienen a suplicarnos que acojamos a sus hijos en nuestra escuela porque es una escuela seria, porque hay disciplina, porque los maestros están comprometidos, aman a los niños, aman la enseñanza, se preparan… y nosotros hemos decidido aceptarlos… son pocos. Hoy la escuela es una bellísima mezcla de niños de toda proveniencia, de historias distintas, de capacidad distintas.

Como es obvio, los niños sordos estudian en aulas separadas, para pocos niños cada una, pero durante los tiempos de juego, los niños sordos y los niños normales están juntos y esta es una de las experiencias más consoladoras, más animadoras, más capaces de donar esperanza a un mundo en que los hombres querrán ser y llegarán a ser una sola cosa. UT UNUM SINT ha sido y es la lucha llena de amor de mi vida, el tormento de mi ser. Es una vida que combato y me atormento, como decía Gandhi, mi gran maestro junto con Vinoba, después de Jesucristo, que combato yo, pobre cosa, para ser verídica, no violenta en los pensamientos, en la palabra, en la acción. Es una vida que combato para que los hombres sean una cosa sola.

Cada día en el TB Centre nosotros trabajamos por la paz, por la comprensión recíproca, para aprender juntos a perdonar… oh, el perdón, ¡cómo es difícil el perdón! Mis musulmanes se esfuerzan mucho para llegar a apreciarlo, para quererlo para su propia vida, para sus relaciones con los demás. Dicen que su religión es muy fudud, en nada exigente.

Dicen que Dios pide al hombre que perdone, pero si luego el hombre no es capaz de ello, DIOS es misericordioso.
Cada día nosotros luchamos para comprender y hacer comprender que la culpa nunca es de una sola parte. sino de ambas partes, nosotros razonamos juntos y nos esforzamos en ver todo lo que hay de positivo en el otro, nosotros nos miramos a la cara, a los ojos, porque queremos que la verdad se haga realidad… Mi staff ha aprendido a reir de sus límites, de sus mezquindades, de su mentalidad ‘monetaria’, de la dureza de su corazón, de la sed de venganzas cuando son heridos: todas estas cosas  hacen muy difícil el perdón… Por cierto, dicen, Alá no quiere todo esto, aunque Alá es infinitamente misericordioso. De parte mía, desde hace largos años he aprendido o, mejor, he entendido en lo profundo del ser que, cuando hay algo que no va: incomprensiones, ataques, injusticias, enemistades, persecuciones, divisiones, seguramente la culpa es mía, seguramente hay algo que yo he equivocado. A los pies de DIOS, la búsqueda de mi culpa es fácil, no toma tiempo, hace sufrir pero después de todo no mucho, porque luego es tan bello y grande reconocerse culpable y luchar para que la culpa sea borrada, para que los comportamientos equivocados sean reformados, para que en cada relación con los demás el acercamiento sea positivo…

Nuestra tarea en la tierra es hacer vivir. Y seguramente la vida no es condena, el ius belli, la acusación, la venganza, el poner el dedo en la llaga, el revelar los errores, las culpas de los demás y mantener escondida la nuestra;  la impaciencia, la ira, los celos, la envidia, la falta de esperanza, la falta de confianza en el hombre. La vida es esperar siempre, esperar contra toda esperanza, echar a la espalda nuestras miserias, no mirar las miserias de los demás, creer que DIOS está presente y que EL es un DIOS de amor. Nada nos turbe y siempre adelante con DIOS.

Quizás no es fácil, antes bien, puede ser una empresa titánica creer de este modo. En muchos sentidos, la fe es una verdadera oscuridad, esta fe que es ante todo don y gracia y bendición… ¿Por qué yo y no tú? ¿Por qué yo y no ella, no él, no ellos? Sin embargo la vida tiene sentido sólo si se ama. Nada tiene sentido fuera del amor. Mi vida ha conocido muchos y muchos peligros, he arriesgado la muerte muchas, muchas veces. Por años he estado en medio de la guerra. He experimentado en la carne de los míos, de los que amaba, y por tanto en mi carne, la maldad del hombre, su perversidad, su crueldad, su iniquidad. Y he salido con una convicción inquebrantable que lo que cuenta es sólo amar. Incluso si Dios no existiese, sólo el amor tiene sentido, sólo el amor libera al hombre de todo lo que lo hace esclavo; en particular sólo el amor hace respirar, crecer, florecer; sólo el amor hace que ya no tengamos temor de nada; que pongamos la otra mejilla aún no herida a la burla y a los golpes de quien golpea porque no sabe lo que hace; que arriesguemos la vida por nuestros amigos; que todo lo creemos, que todo lo soportamos, que todo lo esperamos…

Entonces nuestra vida se vuelve digna de ser vivida. Es entonces que nuestra vida se vuelve belleza, gracia, bendición. Se vuelve felicidad incluso en el sufrimiento, porque nosotros vivimos en nuestra carne la belleza del vivir y del morir. Siento con fuerza que todos estamos llamados al amor, y por tanto a la santidad… La mujer pobre de Leon Bloy vagaba de puerta en puerta… una mendicante…y repetía: “No existe sino una sola tristeza en el mundo: la de no ser santos”… Me gusta pensar que no existe sino una sola tristeza en el mundo: la de no amar.., que en fin de cuentas es la misma cosa.

Ciertamente debemos liberarnos de tanto lastre. Pero hay métodos prácticos, hay caminos, hay indicaciones claras, está DIOS en la celda de nuestra alma que nos llama. Sin embargo, la suya es una pequeña voz silenciosa. Debemos ponernos en escucha, debemos hacer silencio, debemos crearnos un lugar de quietud, separado, aunque a menudo necesariamente cercano a otros como una madre que no puede estar por demasiado tiempo lejos de sus niños. En efecto, para amar no siempre es suficiente nuestro corazón, nuestro deseo, nuestra sed de DIOS. Es parte de la experiencia de quien decide ponerse al servicio de los pobres porque los pobres no son fáciles de amar y porque el corazón del hombre, incluso de quien se dona, puede ser misteriosamente muy duro.

En Wajir éramos una comunidad de siete mujeres; aunque de manera y en medida diversas, todas teníamos sed de DIOS, y entendíamos que cuando perdíamos o estábamos por perder el sentido de nuestro servicio y la capacidad de amar, podíamos reencontrar los bienes perdidos sólo a los pies del Señor. Por esto habíamos construido un eremitorio y allí íbamos durante un día o más días o por períodos bastante largos de silencio a los pies de DIOS. Allí encontrábamos equilibrio, quietud, visión, sabiduría, esperanza, fuerza para combatir la batalla de cada día sobre todo con lo que nos tiene esclavos dentro, con lo que nos tiene en la oscuridad.

Ciudad Redonda

Cuando salíamos de allí,  nos sentíamos como incendiadas por un renovado amor hacia todos los que el Señor había puesto en nuestro camino… A veces nos confiábamos recíprocamente… generalmente callábamos… pero nunca los rostros de mis compañeras eran tan bellos, tan luminosos, que me narraban todo lo que el pudor les impedía comunicarme con las palabras.
Luego, a lo largo de esta ya mi larga vida, han habido otros eremitorios, otros silencios, la palabra de DIOS, los grandes libros, los grandes amigos, tantos y tantos que han inspirado mi vida, sobre todo en la fe católica: los padres del desierto, los grandes monjes, Francisco de Asís, Clara, Teresa de Lisieux, Teresa de Avila, Charles de Foucauld, padre Voillaume, la hermana María, Juan Vannucci, Primo Mazzolari, Lorenzo Milani, Ghandi, Vinoba, Pina y Maria Teresa… pero en el centro siempre DIOS y Jesucristo.

Nada me importa realmente fuera de DIOS, fuera de Jesucristo. Los pequeños sí, los que sufren… Me vuelvo loca, pierdo la cabeza por los retazos de humanidad herida, cuanto más son heridos, cuanto más son maltratados, despreciados, sin voz, que no cuentan nada para los ojos del mundo, más los amo yo. Y este amor es ternura, comprensión, tolerancia, ausencia de temor, audacia. Esto no es un mérito. Es una exigencia de mi naturaleza. Pero es cierto que en ellos yo veo a EL, al cordero de Dios que sufre en su carne los pecados del mundo, que se los carga sobre sus hombros, que sufre pero con tanto amor… Nadie está fuera del amor de DIOS.

Me he reprochado cien veces por haber aceptado venir aquí delante de vosotros a hablar de mi vida, he sido débil y he aceptado el parecer de mis amigos que están convencidos de que, en este punto de mi vida, cuarenta años después, es justo y bueno compartir con los demás los dones de DIOS. Pero si este ‘ponerme en público’ pudiese servir a alguien que no cree, a alguien que no vive dentro de sí mismo esta extraordinaria realidad de que DIOS ama a cada hombre, del más digno de amor a los ojos de los hombres al más paria y despreciado, al hombre malo, al criminal… Entonces me pondría de rodillas y bendeciría a Dios porque grandes cosas ha hecho en mí Aquel que es poderoso. El hombre que no es bueno, el hombre incapaz de perdón, el hombre que busca herir, el hombre que quiere la venganza, el hombre falso… no son necesariamente hombres malos, incapaces de perdón, falsos. Son tales porque no han encontrado en su camino una criatura capaz de comprenderlos, de amarlos, de hacerse cargo de sus culpas…
“¿Tú has cometido el mal? Yo pagaré en tu lugar”. Así decía Ghandi. Así lo repite Jesucristo desde hace dos mil años… Quizás por qué nosotros hombres somos tan sordos… Ciertamente su voz a menudo es pequeña y silenciosa… pero luego EL está en la celdita de nuestra alma y no debería ser tan difícil bajar allí y habitar con EL. ¿Palabras? NO. Es verdad. Es realidad. Ciertamente, para la mayoría de nosotros hombres será y es necesario hacer silencio, quietud… apagar el teléfono, botar el televisor por la ventana, decidir una vez por todas liberarse de la esclavitud de lo que aparenta y que es importante a los ojos del mundo pero que no cuenta absolutamente a los ojos de DIOS, porque se trata de desvalores. A los pies de DIOS nosotros reencontramos toda la verdad perdida, todo lo que se había precipitado en la oscuridad se vuelve luz, todo lo que era tempestad se vuelve quietud, todo lo que parecía un valor, pero que no es valor, aparece en su verdadera fachada y nosotros nos despertamos en la belleza de una vida honesta, sincera, buena, hecha de cosas y no de apariencias, entretejida de bien, abierta a los demás, en tensión omnipresente muy fuerte para que los hombres sean una sola cosa.

Es tiempo de concluir. A los somalíes he dado mucho. De los somalíes he recibido mucho. El valor más grande que ellos me han regalado, valor que yo todavía no soy capaz de vivir es el de la familia ampliada, por lo que, al menos dentro del clan, TODO es compartido. La puerta está siempre abierta para acoger incluso al más lejano miembro del clan. La mesa se comparte siempre. Lo que ha sido preparado para diez, será compartido con quien se presente a la puerta con la máxima naturalidad. No hay y no habrá recriminaciones, lamentos, victimismos. Es la cosa más natural del mundo compartir con los hermanos. En mi mundo, en Borama, la llaga es la desocupación. Mucha gente nunca ha trabajado en su vida porque nunca ha encontrado un trabajo. Así, que el único que trabaja, se encuentra ‘obligado’ a compartir el fruto de su fatiga con veinte-treinta más que no trabajan. Pero él no lo vive como una ‘constricción’. El lo vive con naturaleza. Allí compartir forma parte de la existencia. Y luego aquel orar cinco veces al día, interrumpir cualquier cosa uno esté haciendo, incluso la más importante, para dar tiempo y espacio a DIOS. Desde que estoy con ellos, son treinta años que yo me atormento a fin de que también en nuestro mundo detengamos los trabajos, nos levantemos si dormimos, interrumpamos cualquier discurso para hacer silencio y acordarnos de DIOS, mejor aún si lo hacemos junto con otros, para reconocer que de EL venimos, en EL vivimos, a EL retornamos.

Pero el don más extraordinario, el don wur agradeceré a Dios y a ellos eternamente y para siempre, es el don de mis nómadas del desierto. Musulmanes, ellos me han enseñado la FE, el abandono incondicional, la rendición a Dios, una rendición que no tiene nada de fatalista, una rendición dura y refugiada en DIOS, una rendición que es CONFIANZA y AMOR. Mis nómadas del desierto me han enseñado a hacer todo, a comenzar todo, a obrar todo en nombre de DIOS. BISMILLAHI RAHMANI RAHIM… En nombre de DIOS omnipotente y Misericordioso… Uno se levanta en nombre de DIOS, se lava, limpia la casa, trabaja, cose, come, sigue trabajando, estudia, habla, hace mil cosas cada día, y, finalmente, se duerme: TODO en el nombre de DIOS. La costumbre del nombre de DIOS repetido incesantemente que ya había desconcertado y fascinado mi vida a través de las narraciones del peregrino ruso antes de mi partida, ha transformado para siempre mi vida. Doy GRACIAS a mis nómadas del desierto que me lo han enseñado.

Luego la vida me ha enseñado que mi fe sin el AMOR es inútil, que después de todo, mi religión cristiana no tiene muchos y muchos mandamientos, sino uno solo, que no sirve construir catedrales o mezquitas, ni ceremonias ni peregrinaciones…
La Eucaristía, que escandaliza a los ateos y a las demás religiones, encierra un mensaje revolucionario: “Este es mi cuerpo hecho pan, para que también te hagas pan en la mesa de los hombres, porque si no te haces pan, no comes el pan que te salva sino comes tu condena”.

La Eucaristía nos dice que nuestra religión es inútil sin el sacramento de la misericordia, que es en la misericordia donde el cielo encuentra a la tierra. Si no amo, DIOS muere en la tierra, que DIOS sea DIOS yo soy causa de ello, dice Silesio, si no amo, DIOS permanece sin epifanía, porque somos nosotros el signo visible de su presencia y lo volvemos vivo en este infierno de mundo donde parece que EL no está presente, y lo volvemos vivo cada vez que nos detenemos ante un hombre herido. Al final, realmente yo soy capaz sólo de lavar los pies en todo sentido a los desvalidos, a los que nadie ama, a los que misteriosamente no tienen nada de atractivo en ningún sentido a los ojos de nadie.

Luigi Pintor, que se llamaba ateo, escribió un día que no hay en la vida algo más importante que hacer que inclinarse para que otro, abrazándose a tul cuello, pueda levantarse. Así me sucede a mí. Al arrodillarme para que se abracen a mi cuello, ellos puedan levantarse y retomar el camino o incluso caminar donde nunca habían caminado. Así yo encuentro paz, y  la certeza de que TODO es GRACIA.

Quisiera añadir que los pequeños, los que no tienen voz, los que no cuentan nada a los ojos del mundo, pero mucho a los ojos de DIOS, sus predilectos, tienen necesidad de nosotros, y nosotros debemos estar con ellos y para ellos y no importa nada si nuestra acción es como una gota de agua en el océano. Jesucristo nunca ha hablado de resultados. EL ha hablado sólo de amarnos, de lavarnos los pies unos a otros, de perdonarnos siempre… Los pobres nos esperan. Las formas de servicio son infinitas y dejadas a la imaginación de cada uno de nosotros. No esperemos ser instruidos en el campo del servicio. Inventemos… y viviremos nuevos cielos y nueva tierra cada día de nuestra vida.
 
Annalena Tonelli
Miembro del Comité “Lucha contra el hambre en el mundo”

El 5 de octubre de 2003 fue asesinada en Borama. Por la tarde, regresando a su casa desde el hospital, le pegaron un tiro en la cabeza. Una ejecución con aspectos misteriosos y que humanamente es incomprensible. Era un viernes, el día sagrado de los musulmanes. Jesús había dicho a sus discípulos: “Os matarán, creyendo dar culto a Dios”

En Somalia no había sacerdotes y por tanto tenía pocas ocasiones de participar en una misa. Así que de noche se ponía en adoración ante la Hostia consagrada. «La última vez la consagré yo un mes y medio antes de su muerte», nos dice el obispo de Djibuti, Giorgio Bertin, que de vez en cuando celebraba misa para Annalena,      

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