La búsqueda de una palabra llena de realidad

26 de noviembre de 2013
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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.La fe no algo que  tú puedas alcanzar. Si la tratas de sujetar con clavos, se levanta y se va con el clavo. La fe funciona de la siguiente manera: hay días en los que eres capaz de caminar sobre las aguas, y otros días te hundes como una piedra. Vives con un profundo secreto, dice el poeta Rumi, que en ocasiones conoces y de repente no, y entonces lo vuelves a conocer. Algunas veces la sientes realmente presente y otras realmente ausente. ¿Por qué?

Porque como el amor, la fe es un viaje, con constantes subidas y bajadas, con periodos alternativos de fervor y sequedad, con consolaciones que son el camino a la desolación, con momentos de gracia en los que Dios se siente tangiblemente presente eclipsado por las noches oscuras en las que se siente la ausencia de Dios. Es un estado extraño: a veces te sientes con la mirada clavada en Dios, como el acero, otras sientes que estás en caída libre de toda seguridad y entonces, justamente cuando crees que has llegado al fondo, sientes de nuevo la presencia de Dios.

¿Por qué fe tiene esta dinámica tan confusa? No es porque Dios sea cruel, esté jugando con nosotros, quiera probar nuestra fidelidad, o quiera ponernos algunas dificultades para poder ganarnos la salvación. No, las subidas y bajadas en la vida de fe tienen que ver con los ritmos de la vida ordinaria, especialmente con el ritmo del amor. El amor, como la fe, también tiene sus periodos de fervor y sus noches oscuras. Todos nosotros sabemos que en el seno de cualquier compromiso a largo plazo (matrimonio, familia, amistad o iglesia) habrá ciertos días y periodos enteros en los que nuestra cabeza y nuestro corazón no están en el compromiso realizado, incluso estando plenamente centrados en él. Nuestras cabezas y nuestros corazones entran y salen, pero experimentamos el amor como algo definitivo que está por encima de nuestra cabeza y muestro corazón.  Algo más profundo nos sostiene, y nos sostiene en un momento dado más allá de los pensamientos de nuestra cabeza o de los sentimientos de nuestro corazón.

En cualquier compromiso sustentando en el amor, nuestras mentes y nuestros corazones experimentarán algo así como lo que en el mundo del sonido se llama un fundido de entrada y un fundido de salida. Algunas veces hay fervor y en otras todo es plano. La fe funciona de la misma manera. Algunas veces sentimos y palpamos la presencia de Dios son nuestra mente y nuestro corazón y otras ambas nos abandonan dejándonos planos y secos. Pero la fe es algo más profundo que imaginar o sentir la presencia de Dios. Pero ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué deberíamos hacer en esos momentos cuando sentimos la ausencia de Dios?

El gran místico San Juan de la Cruz nos ofrece el siguiente consejo. Si quieres encontrar la presencia de Dios de nuevo, en esos momentos cuando se siente su ausencia, escucha una palabra llena de realidad e insondablemente verdadera.

¿Qué quiere decirnos con esto? ¿Cómo se escucha esa palabra llena de realidad y de insondable verdad? ¿Cómo podemos siquiera encontrar dicha palabra? Para ser honestos, no estoy seguro de lo que San Juan de la Cruz quiere decir inclusive si sus palabras explotaran dentro de mi cabeza con posibles significados. La frase podría ser fácil de desenredar si nos estuviera invitando a buscar una experiencia que sea profunda y plena de realidad; por ejemplo, dar a luz a un niño, sentirse cautivado por una belleza excepcional, o tener tu corazón roto por una pérdida o una muerte. Esta clase de experiencias es real, insondablemente verdadera y nos lanza a una conciencia más profunda; así, si es posible encontrar a Dios ¿no debería encontrarse aquí?

Pero San Juan de la Cruz no está refiriéndose a una experiencia más profunda; nos pide que busquemos una palabra que traiga consigo realidad y profundidad. ¿Significa esto que cuando nos sentimos inestables y en duda deberíamos ir a la caza de textos (en la escritura, en la teología, en la espiritualidad, o en la literatura secular o en la poesía) que nos hablen de tal manera que nos establezcamos en una especie de sentido primario de que Dios existe y nos ama y que por ello deberíamos vivir en el amor y la esperanza?

Sospecho que esto es exactamente lo que San Juan de la Cruz quiere decir. Dios es uno, verdadero, bueno y bello y por eso la palabra correcta para hablar de la unidad, la verdad, la bondad o la belleza debería tener el poder de transformar nuestras inestables mentes y corazones. La palabra correcta puede hacer que la Palabra se haga carne de nuevo.
Pero ¿qué palabras tienen el poder de hacer esto en nosotros? Todos somos diferentes y no encontramos la verdad y la profundidad de la misma manera. Cada uno de nosotros necesita necesariamente hacer su propia, profunda y personal búsqueda.

Para mí, las palabras de varios autores me han llevado en ocasiones y en diferentes momentos de mi vida a este tipo de convicción. La “Historia de un Alma” de Teresa de Lisieux me han dado estabilidad en momentos de duda; “Las uvas de la ira” de John Steinbeck aún guían mi mirada cuando el horizonte aparece nublado; algunas páginas de Karl Rahner, John Shea, Raimond Brown y Henry Nuowen pueden ayudar a estabilizar mi barco cuando se balancea; y algunas palabras de Dag Hammarskjold puede hacer que quiera vivir reflejando más la grandeza de la vida.

Pero cada uno de nosotros necesita buscar sus propias palabras que estén llenas de realidad y sea, insondablemente verdaderas de manera que nos evoquen un sentimiento y presencia de Dios.