Jueves de la cuarta semana de Adviento

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(2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14ª – 16; Sal 88; Lc 1, 67-69)

(JPG) En principio, parece un deseo noble el del rey David quien, al verse viviendo en mejores condiciones que el Arca de Dios, decide hacerle un templo. Hasta le parece bien al profeta Natán. Sin embargo, Dios corrige la voluntad del rey, porque podría pensar que él es el generoso con Dios, cuando en la historia ha sido todo lo contrario.

Cuántas veces por vanidad religiosa nos creemos generosos con Dios, porque le somos fieles o le obsequiamos con nuestros cultos, y cabe que con obras de caridad, cuando en realidad, si tenemos fe, capacidad de trabajo y bienes, es por su gracia.

El argumento de la generosidad real por pensar en hacer una casa para el Señor queda desbordado. Dios manda decirle al rey, por medio del profeta: “¿Eres tú quien me va a construir una casa?” ¿Acaso no recuerdas lo que Dios ha hecho contigo y lo que está dispuesto a llevar a cabo?

Con doce acciones divinas a favor de David, queda demostrado quién es el más generoso.

“Yo te saqué de Egipto.
Yo estaré contigo.
Acabaré con tus enemigos.
Te haré famoso.
Daré un puesto a Israel, mi pueblo.
Lo plantaré para viva sin sobresaltos.
No permitiré que lo aflijan los malvados.
Nombraré jueces.
Te pondré en paz con todos tus enemigos.
Te daré una dinastía.
Afirmaré tu descendencia.
Consolidaré tu realeza”.

Siempre nos supera la generosidad divina. No queda otra respuesta que cantar eternamente las misericordias del Señor y exclamar como el sacerdote Zacarías: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”.

Esta noche no la podemos dormir: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

    

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