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I Jueves de Adviento

Ángel Moreno -

Abrid las puertas para que entre un pueblo justo.
Confiad en el Señor. (Is 26, 2. 4)

“Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina (…)
Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor –por ejemplo la pusilanimidad o la melancolía- es el enemigo quien domina el alma… “(San Efrén, Diatesaron).

De la lectura continuada de los textos bíblicos que nos ofrece la liturgia de Adviento, quedan en la memoria algunas expresiones y palabras más reiterativas, que invitan de forma insistente a despertar y disponer el ánimo, a permanecer vigilantes, atentos, conscientes ante la próxima venida del Señor.

No obstante lo exhortativo de la llamada exhortativa, que apremia por lo sorpresivo de la visita, el ejercicio ascético es motivo de confianza, de alegría, de acción de gracias. Es un verdadero privilegio caminar con la certeza del posible encuentro con el Señor, que se manifiesta de muchas maneras a lo largo de la existencia.

Los peregrinos cantan: “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!” al acercarse a las inmediaciones de la meta. Y el monte desde el que se ven en el horizonte las torres de la Catedral de Santiago -o la ciudad de Jerusalén- lleva el nombre del gozo y de la alegría. Pocas emociones son comparables con la que se siente, después de hacer las duras etapas del camino jacobeo, cuando uno se encuentra ante el lugar santo. En Adviento la meta es el encuentro con la persona de Jesucristo.

Se nos pide al mismo tiempo cantar y caminar; estar preparados y marchar por las sendas del Señor, pertrechados y arriesgados. El Adviento es el tiempo más real, porque coincide con la expectación esencial que lleva todo ser humano, la de encontrarse con quien da sentido a la vida.

 

“Si bien es verdad que la liturgia es el lugar privilegiado para la proclamación, la escucha y la celebración de la Palabra de Dios, es cierto también que este encuentro ha de ser preparado en los corazones de los fieles y, sobre todo, profundizado y asimilado por ellos. (…) Junto a los Padres sinodales, expreso el vivo deseo de que florezca «una nueva etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera que, mediante su lectura orante y fiel a lo largo del tiempo, se profundice la relación con la persona misma de Jesús».”
(Benedicto XVI, Verbum Domini 72)

    
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