Henry Nouwen – Regalo de Dios

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Henri Nowen -sacerdote y escritor holandés- fue tal vez el autor espiritual más popular del final del siglo XX y su popularidad perdura todavía hoy. Se han vendido en todo el mundo más de siete millones de sus libros y se han traducido a treinta lenguas. Quince años después de su muerte, todos sus libros menos uno siguen impresos.
Muchas razones explican su popularidad, además de la profundidad y sabiduría que inyectó en sus escritos. Contribuyó decisivamente y ayudó a disipar la sospecha, existente por mucho tiempo en ambientes protestantes y evangélicos, hacia la espiritualidad, que se identificaba en la mente popular  como algo más exclusivamente católico-romano y al margen de la vida ordinaria. Tanto sus escritos como su enseñanza contribuyeron a hacer de la espiritualidad algo dominante en el catolicismo romano, en la cristiandad en general y en la misma sociedad secular. Baste como ejemplo, la actual Secretaria de Estado de EE.UU. de América, Hilary Clinton, ha afirmado que el libro de Nouwen titulado “El Regreso del Hijo Pródigo”, es el libro que más le ha impactado en su vida.

Nouwen escribió como sicólogo y como sacerdote, pero sus escritos también fluían de lo que él era como hombre. Y era un hombre complejo, dividido siempre entre el santo dentro de sí, que había entregado su vida a Dios, y el hombre dentro de sí que, obsesionado de modo crónico por el amor humano y sus añoranzas y anhelos terrenos, quería recobrar su vida.  Le gustaba mucho citar a Kierkegaard, quien decía que santo es alguien que puede “querer la sola y única cosa”, mientras reconocía lo mucho que se esforzaba por lograr eso. Nouwen quería realmente ser santo, pero también quería otras cosas: “Quiero ser santo”, escribió una vez, “pero también quiero experimentar todas las sensaciones que experimentan los pecadores”. En sus escritos confesó cuánta inquietud y desasosiego le causaba esto en su vida y cómo a veces era incapaz de controlar plenamente su propia existencia.

Al fin, Nouwen era santo, pero siempre “santo-en-progreso”. Nunca encajó en el piadoso perfil de un santo, aun cuando se le reconociera siempre como un hombre de Dios, que nos traía algo más que gracia ordinaria y actitud interior. Y el hecho de que nunca ocultara sus debilidades humanas a sus lectores le ayudó a explicar su asombrosa popularidad. Los lectores se  identificaban con él porque compartía con tanta honestidad sus luchas interiores. Él relataba  sus debilidades con respecto a sus esfuerzos en la oración y, en eso, muchos lectores se reconocían como si se miraran en un espejo. Como muchos otros lectores, cuando leí por primera vez a Henri Nouwen, tuve la sensación como si  alguien estuviera describiéndome o reflejándome a mí mismo.
Y Nouwen trabajó en su tarea como escritor con diligencia y deliberación. Escribiría y volvería a escribir sus libros, algunas veces hasta cinco veces consecutivas, en un esfuerzo por hacerlos más sencillos. Lo que buscaba era un lenguaje del corazón. Originariamente formado como psicólogo, sus primeros escritos muestran algo del lenguaje propio de una clase de sicología. Sin embargo, conforme fue desarrollando su destreza como escritor y como mentor del alma, comenzó a purgar cada vez más sus escritos de palabras técnicas y académicas, y se esforzó por llegar a ser radicalmente sencillo, aunque sin ser simplista; por inyectar profundo sentimiento, sin ser sentimental; por ser revelador de sí mismo, sin ser exhibicionista; por ser profundamente personal, pero al mismo  profundamente universal; y por ser sensible a la debilidad humana, mientras se esforzaba por aceptar el reto de lo más sublime.

Pocos autores, religiosos o seculares, me han influenciado a mí tan profundamente como Henri Nouwen. Sé que es mejor no intentar imitarle, reconociendo que lo que es imitativo nunca es creativo y lo que es creativo nunca es imitativo. En donde trato de emularle es en su simplicidad, en su volver a escribir una y otra vez los escritos para intentar hacerlos más sencillos, sin ser simplista. Creo, como él, que hay un lenguaje del corazón (que cada generación tiene que crear de nuevo), que sobrepasa la línea divisoria entre la academia y la calle, y que tiene el poder de hablar directamente a cada uno, sin tener en cuenta su origen y su formación. Jesús logró eso. Nouwen buscó hablar y escribir con esa clase de franqueza y sinceridad. No lo hizo a la perfección, nadie lo hace, pero él logró hacerlo realmente con mayor  eficacia que la mayoría de los autores. Reconoció también que esto es una tarea sobre la que hay que trabajar, semejante al aprendizaje de una lengua.

Yo dediqué aNouwenmi libro “The Holy Longing” (El Santo Anhelo) con el siguiente homenaje: Nouwen fue el Kierkegaard de nuestra generación. Nos ayudó a orar cuando no sabíamos cómo orar, a quedarnos serenos y en paz cuando nos sentíamos inquietos, a estar tranquilos hasta en la tentación, a sentirnos seguros cuando todavía nos perturbaba la ansiedad, a sentirnos rodeados de luz aun estando todavía en la oscuridad, y a amar aun cuando todavía estábamos sumidos en la duda. Si de vez en cuando te tortura tu complejidad, aun cuando tu anhelo más profundo sea “querer la sola y única cosa”, a lo mejor puedes encontrar en Henri Nouwen un mentor y un santo patrón. Él nos convoca a superarnos, mientras respeta lo compleja y  difícil que es esa aventura. Él nos muestra cómo caminar hacia Dios, aun cuando nos sintamos todavía atormentados por nuestros apegos terrenales.

    

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