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Familia, sé lo que eres. ¿Dónde vas, corazón?

Alfredo María Pérez Oliver, cmf -

Es un monólogo epistolar. Una carta de la abuela a la nieta, sin ánimo de enviarla, porque es lo que quiere disimuladamente decirse a sí misma.


Le dice cosas hermosas hermosamente dichas: «¿Nunca te diste cuenta, tesoro? Hemos vivido so­bre el mismo árbol, pero en estaciones diferentes».

Pero la observación que ahora me interesa si­tuar en primer plano, es iluminadora: «Por haber vivido tanto tiempo y haber dejado a mi espalda tantas personas, a estas alturas sé que los muertos pesan, no tanto por la ausencia, como por todo aquello que entre ellos y nosotros ha sido dicho».

La familia es una comunidad

Con frecuencia no hay identificación entre lo que se es y lo que se tienen que ser.

Con el apoyo de influyentes MCS, una de las realidades básicas de la sociedad -la familia- la quieren identificar con un abanico de parejas de hecho. Y todo en nombre de la libertad.

Por eso se necesita valentía y coraje de profe­ta para interpelar al mundo y exigir: ¡Familia, sé lo que eres!

¿Qué es la familia? No será fácil superar la de­finición que encontramos en la Exhortación Apostólica publicada después del Sínodo Univer­sal sobre la familia.

«La familia, fundada y verificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Su primer cometido es el de vivir fielmente la reali­dad de la comunión, con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas» (FC 18).

Entiendo que este texto quiere decir que la sociedad del hombre y de la mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. De ahí bota el amor que genera el amor de los es­posos, quienes forman entre sí una profunda y es­table comunión personal. Una comunión que, abierta a la vida, es el origen de una nueva co­munidad más amplia, llamad familia. Estas ricas y variadas relaciones de comunión amasadas por el amor más desinteresado posible en este valle de la vida.

Este tipo de familia es el único que puede sentar cátedra de autenticidad. Y sólo desde esa cátedra y ese testimonio pueden brotar valores evangélicos sólidamente constructivos. Esta es la familia que responde a la familia reclamada por el Papa: ¡Familia, sé lo que eres!

Desde un ángulo distinto, confirma esta exi­gencia Jean Paul Sartre: «Quien es auténtico, asu­me la responsabilidad de ser lo que es».

¿Hace falta aclarar que las relaciones que no se apoyan en estas coordenadas serán lo que se­an, pero no pueden ostentar autenticidad y exigir que se les llame familia?; y menos podrían pre­tender ser cátedra de nada.

Señas de identidad

El documento de identidad de una familia cristiana es, pues, acercarse a ese supremo mode­lo comunitario que es la Santísima Trinidad. La cual encuentra una expresión visible e histórica de esa infinita profundidad relacional en la Sagrada Familia.

La familia que apunta a este ideal tiene una expresividad palpable. Algo así -para reconocerse-corno la voz del tenor Camso. Cuentan que, des­pistado él, fue a cobrar un cheque sin llevar su DNI. El cajero del Banco no pagaba. Y se le ocu­rrió al famoso tener demostrar su identidad can­tando una de sus arias famosas. Y cobró, y marchó contento con el dinero en el bolsillo.

Importancia de la relación

La persona -dicen los antropólogos- se hace por la relación. Es el camino necesario también para la familia. La falta de profundidad relacional producen debilitamiento de sentido y de identifi­cación. Y como nos recuerda la novelista italiana, los muertos pesan por lo que no ha sido dicho.

Sin duda alguna que la familia cristiana que avanza en esta relación creciente e impregnada de amor, se da a conocer de lejos por tu tono y me­lodía. Y los cercanos perciben transparencia, co­mo el cajero del banco reconoció la voz del tenor Caaiso.

Atreverse con este ideal

Nada importante se hace en el mundo sin entusiasmo. Sólo se acercan a este ideal de autén­tica familia los esposos, padres e hijos que lo de­seen apasionadamente.

Ah, por supuesto. No olviden que como aprendió y repitió Bernanos: «Todo es gracia». Y Pablo apóstol: «Por gracia habéis sido salvados»

«Lo importante no es el número de acciones que hagamos sino la intensidad del amor que po­nemos en cada acción».

Un matrimonio que intenta vivir ese amor en­tregado y compartido, encontrará caminos creati­vos y auténticos para responder al cambio de épo­ca que nos toca vivir.

Alfredo María Pérez Oliver, cmf

    
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