El ritual perfecto

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.A veces recurres a un extraño para ayudarte a ver la belleza y profundidad de algo que nunca has apreciado del todo. Sospecho que esto pasa a muchos de nosotros, yo incluido, respecto a la celebración de la Eucaristía en nuestras iglesias.

David P. Gushee, un evangélico, publicó recientemente un libro titulado Después del Evangelicalismo, en el que describe su lucha de décadas por hacer las paces con algunos problemas dentro de su propia iglesia. Ha permanecido en su iglesia, aunque ahora los Domingos también va (con su esposa, que es católica romana) a una misa católica. He aquí su descripción de lo que ve allí.

“Veo el diseño de la Misa católica como algo al modo de una gema satinada, refinada a lo largo del tiempo hasta un estado de gran belleza, si sabéis lo que estáis mirando. … El desarrollo de la Misa se las ingenia para realizar mucho en algo así como una hora: una entrada procesional, portando la cruz en alto; saludos en nombre del Dios trino y uno; pronta confesión de los pecados, breve pero apremiante; una lectura del Antiguo Testamento leída por un seglar; un salmo cantado; la lectura de una Epístola leída también por un seglar; la lectura del Evangelio proclamada por el sacerdote, y la ceremonia en torno a ella; una breve homilía; el movimiento centrante compuesto por el credo y las preces de los fieles. Un ofertorio y música. Después, junto al altar: el pueblo ofrece los dones que más tarde son ofrecidos a Dios y vuelven al pueblo convertidos en el cuerpo y la sangre de Cristo; la genuflexión en humildad; la oración dominical como parte importante del rito de la Eucaristía; la preciosa ocasión de compartir la paz con los vecinos justo antes de la cena; nueva genuflexión; la ocasión de ver al pueblo acercarse a recibir la Comunión y rogar por él o, en vez de eso, estar en silencio con Dios; la bendición final trinitaria y el canto de salida”.

¡Qué descripción más acertada del ritual por el que celebramos la Eucaristía! A veces cuando estamos dentro de algo, no lo vemos tan claramente como lo ve alguien desde fuera.

Permitidme añadir otras dos descripciones que destacan el ritual Eucarístico de un modo en el que con frecuencia no pensamos ni encontramos en nuestra normal teología y catequesis sobre esto.

La primera, como la de Gushee, también viene de un no católico. Un laico metodista comparte esto: “No soy católico romano, pero a veces asisto a una Misa católica romana sólo para participar en el ritual. No estoy seguro de si saben exactamente lo que están haciendo, pero hacen algo de mucho valor. Asistid a su Misa diaria, por ejemplo. A diferencia de la Misa dominical, celebran la Misa diaria más sencillamente, con el ritual descarnado hasta su esqueleto. Lo que entonces veis, en esencia, es algo semejante a un encuentro de Alcohólicos Anónimos”.

¿Por qué este laico metodista hace esa referencia?

He aquí sus palabras. “La gente que va a la Misa diaria no asiste para experimentar algo nuevo ni estimulante. Es siempre lo mismo, y ese es el punto. Como la gente que va a un encuentro de Alcohólicos Anónimos, estos asisten a recibir la ayuda que necesitan para mantenerse estables en sus vidas, y la estabilidad viene a través del ritual. Por dentro, cada persona está diciendo: ‘Mi nombre es —– y mi vida es frágil. Yo sé que, si no vengo a este ritual con regularidad, mi vida empezará a resquebrajarse. Necesito este ritual para continuar viviendo’”. El ritual de la Eucaristía funciona también como un encuentro de “12-pasos”.

Otra perspectiva viene de Ronald Knox, teólogo británico. Indica que nunca hemos sido verdaderamente fieles a Jesús. Cuando somos honrados, tenemos que admitir que no amamos a nuestros enemigos, no ponemos la otra mejilla, no bendecimos a los que nos maldicen, no perdonamos a los que matan a nuestros seres queridos, no nos acercamos lo suficiente a los pobres y no extendemos nuestra compasión de igual modo a los malos que a los buenos. Más bien, seleccionamos las enseñanzas de Jesús. Pero, dice Knox, hemos sido fieles de una gran manera, a través del ritual de la Eucaristía. Jesús nos pidió que continuáramos celebrando ese ritual hasta que retornase; y, 2000 años después, aún lo estamos celebrando. El ritual de la Eucaristía es nuestro único gran acto de fidelidad, y la buena noticia es que este ritual será al fin suficiente.

Jesús nos dejó dos cosas: su Palabra y la Eucaristía. Varias iglesias han tomado diferentes acercamientos según a cuál de estas dos cosas dar prioridad. Algunas iglesias -como los católicos romanos, los episcopalianos y los anglicanos- han priorizado la Eucaristía como el fundamento sobre el que construyen y mantienen la comunidad. Otras iglesias -la mayoría de las comunidades protestantes y evangélicas- han revertido esto y priorizado la Palabra como el fundamento sobre el cual construyen y mantienen la comunidad. ¿Cómo llegan al fin juntas la Palabra y la Eucaristía?

En el camino a Emaús, cuando los discípulos de Jesús no lo reconocen aun cuando caminan con él, Jesús mueve sus corazones con la Palabra, lo suficiente para que le pidan que se quede con ellos. Entonces se sienta con ellos para la Eucaristía, y el ritual hace el resto.

    

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