Cerca de la cruz

20 de octubre de 2009
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    María y Juan. De pie, valientes, afligidos, serenos. El discípulo la coge por la cintura: cuánto cariño en una tarde de dolor y muerte. Ya no hay palabras, sólo amor y cercanía. No se ve el rostro de Cristo en la cruz: acaso sólo se dibuje en los ojos de su Madre. Dolorosa sin negras túnicas, sin corazón con puñales. “He ahí a tu Madre”, “He ahí a tu hijo”. Ya está, somos la única herencia que Jesús deja a su Madre. Ha llegado “La Hora de María”, está en su papel dentro de la obra de la Redención. María se queda sin Hijo, y se llena de hijos; es Madre hasta de los asesinos de su Hijo. Es Madre engendradora de vida en momentos de muerte. Es fácil adivinar a Juan, en el final: la Virgen, ya mayor y menesterosa, recibiendo la ternura del Discípulo (y de todos nosotros en él). Ternura hasta la muerte.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf

    Es cruel haber llevado a María hasta el Calvario… pero es motivo de tanto consuelo para Jesús. La que estaba lejos en los momentos de gloria -“Bendito el vientre que te llevó”- acude en la hora del sufrir.
Nos quedamos también nosotros al pie de la cruz. Con María, con el Discípulo. Cerquita de esos pies ensangrentados, asidos al madero. “Espera, pues, y escucha mis cuidados. Pero, ¿cómo te digo que me esperes, si estás para esperar los pies clavados”.

    Dios te salve, María, llena de pena. Te ha matado lo que tú más querías. Ay, qué sola te has quedado, ¡oh Piedad!

    ¡oh soledad!, ¡oh Virgen de los Dolores!     

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