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7. El Sacramento de la Misericordia

Fernando Prado, cmf -

En el año de la misericordia, el papa Francisco quiere que todos podamos experimentar la misericordia en primera persona. Quiere que todos podamos sentir y «palpar», de forma concreta, que Dios no está nunca lejos, y que si volvemos a El, siempre está preparado para abrazarnos, como el Padre de la parábola. De ahí que en el horizonte del jubileo no pueda faltar una clara y explícita referencia al sacramento del perdón, de la reconciliación o de la Misericordia, que nos ayuda a vivir y a experimentar en nuestra propia carne la cercanía del amor de Dios y su misericordia.

Durante el Año Jubilar, Francisco enviará Misioneros de la Misericordia, como un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el pueblo de Dios. Los obispos podrán disponer de sacerdotes que durante este tiempo estarán más disponibles para la predicación al pueblo y para facilitar que nadie se quede sin ser atendido en sus deseos de acercarse al sacramento, de forma que permita también a muchos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa Paterna.

Nos ha recordado Francisco numerosas veces cómo a la edad de diecisiete años, un día que tenía que salir con sus amigos, decidió pasar primero por una Iglesia. Allí se encontró con un sacerdote que le inspiró una confianza especial, de modo que sintió el deseo de abrir su corazón en la Confesión. Aquel encuentro, dice Francisco «¡me cambió la vida! Descubrí que cuando abrimos el corazón con humildad y transparencia, podemos contemplar de modo muy concreto la misericordia de Dios. Tuve la certeza que en la persona de aquel sacerdote Dios me estaba esperando, antes de que yo diera el primer paso para ir a la iglesia. Nosotros le buscamos, pero es Él quien siempre se nos adelanta, desde siempre nos busca y es el primero que nos encuentra».

Dios es paciente con nosotros porque nos ama. Y quien ama, dice Francisco, «comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes y sabe perdonar». Recordémoslo: Dios no se cansa de perdonar. Dios nos espera siempre, aunque nos hayamos alejado. Es hermoso «descubrir el confesionario como lugar de la Misericordia y dejarse tocar por ese amor misericordioso del Señor que siempre nos perdona».

«Cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, ese hijo que derrochó su libertad... Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona nunca. Es paciente y espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel [...] y su corazón está en fiesta por cada hijo que regresa».

La experiencia del perdón de los pecados es que es algo que no podemos dárnoslo a nosotros mismos. El perdón se pide y es un regalo de Dios, un don del Espíritu Santo. Recordemos que es un sacramento que se celebra en el contexto ecle- sial. El sacerdote no solo representa a Dios, sino también a la comunidad, que se reconoce frágil en sus miembros y por eso alienta y acompaña. En esa solidaridad y «comunión de los santos», tomamos conciencia de que los pecados no se cometen solo contra Dios, sino también contra los hermanos.

El Catecismo de la Iglesia nos habla de los «efectos» del sacramento del perdón: la reconciliación con Dios, con la Iglesia, la recuperación del estado de gracia y amistad con Dios, paz, serenidad, consuelo del Espíritu y aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano (cf. nn. 1468-1470).

Si no sabes qué hacer o cómo acercarte al sacramento, te propongo un método sencillo para que te dispongas a acercarte al sacramento y lo hagas. Es algo clásico que funciona. Lo importante es que te tomes un tiempecito, te prepares un poco y te dispongas. En esta preparación, te sugiero estos cinco puntos básicos:

  1. Examen de conciencia: Analiza un poco tu vida en sus dimensiones de amor a Dios y a los demás. Puedes encontrar materiales que te ayuden a hacer una revisión de vida de calidad. También puedes ir repasando los mandamientos.
  2. Dolor de los pecados: Se trata de tomar conciencia con profundidad del peso y la gravedad de eso que has descubierto en tu vida y no te gusta, pues no le gusta a Dios y quizá hace daño a los hermanos.
  3. Propósito de la enmienda: Se supone que si te vas a acercar a confesarte, es porque no quieres seguir igual que como estabas. Proponte firmemente un cambio de vida, sobre todo en aquello que ves que fallas y busca la manera de ayudarte a conseguirlo. El sacerdote quizá te dé algún consejo en este sentido.
  4. Decir los pecados al confesor: No tengas vergüenza. La humildad te hará sentir la misericordia de Dios con toda su fuerza.
  5. Cumplir la penitencia que se te imponga. A veces, una satisfacción proporcional al pecado, ayuda a comprender que es conveniente simbolizar y hacer concreto el arrepentimiento y el querer caminar en una nueva vida. Una limosna, una obra de misericordia, la oración verdadera intercediendo por alguien...

No te preocupes -recuerda Francisco- de la vergüenza que quizá sientas al acercarte. «Incluso esta es saludable, pues nos hace humildes»12. Te sentirás liberado y en paz, al sentir que, aun en tu vergüenza, el sacerdote te escucha, te acoge y en nombre de Dios te perdona. Celebrar el sacramento será para ti un momento de gracia en el que te puedes ver envuelto en el abrazo caluroso de la infinita misericordia del Padre.

El sacerdote sabe lo que es el pecado, pues también es un penitente en busca de perdón. Sabe, igualmente, que no es dueño del sacramento, sino un fiel servidor del perdón de Dios; por eso no hará preguntas impertinentes, sino que escuchará con el cariño de un Padre, deseoso de hacer sentir a su hijo la misericordia. Sí, realmente, los sacerdotes han de ser siempre misioneros de la misericordia. No sólo durante la Cuaresma del Año Santo, sino siempre.

    
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