5 de Mayo, Motivo permanente de esperanza

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.-«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." (Jn 14, 27-28)

¡Cómo nos serena el saludo del Resucitado!

La paz que nos ofrece Jesucristo es interior, profunda, estable, coincidente con el bien hacer, y compañera de la voluntad divina, fruto de la fe en quien es el dador de la paz suprema, la que no está a merced de circunstancias pasajeras, ni de las fluctuaciones emocionales.

La paz de la Pascua es reconciliación, fruto del perdón divino, consecuencia de quien desea comenzar de nuevo y de dar crédito a las Escrituras, que afirman la verdad de Cristo resucitado entre nosotros.

La paz del Resucitado está acompañada de su presencia real, sin disimular las heridas, ni evitar la pregunta sobre su persona: “Soy yo, no temáis”.

La paz se pierde con el temor, con el miedo, por el recelo de que sobrevenga algún acontecimiento aciago, contrario al deseo. La paz se pierde por dejar entrar la duda sobre la verdad fundante de la fe, que Cristo ha vencido a la muerte. Nada ni nadie es el Señor sino Cristo, y Él compromete su Palabra y nos asegura la paz.

La paz con la que nos saluda Jesucristo no es pasajera, nos la deja y nos la da. No es fórmula de buenas formas, ni gesto de educación, como quien dice por la mañana: “buenos días”. Cristo se identifica con la paz, y quien acoge a Cristo sentirá en su corazón el beneficio de la paz.

No es tiempo de cobardías, ni de arredrarse. Dice la Santa de Ávila: “¡No hay que temer, no hay que temer, no durmáis, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra, aventuremos la vida!”

El discípulo de Jesús se hace testigo de la paz del Señor, esparce el saludo de Cristo y se convierte en artífice de convivencia y de esperanza.  Porque sabe que Él permanece con nosotros.

Jesucristo no engaña, si desaparece de nuestros ojos no es porque nos abandone, Él promete estar a nuestro lado, ser compañero de camino. Aunque de manera invisible, pero real, el que ha podido más que la muerte nos deja en su Palabra, en la Eucaristía, en los acontecimientos y en el prójimo su presencia.

En la liturgia, poco antes de participar en la mesa santa, el sacerdote nos recuerda la paz que Jesús ofreció a los apóstoles para que al recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, nos encontremos con Él resucitado y nos inunde su paz. Y para hacernos testigos, según el envío que recibimos al final: “Podéis ir en paz”. “Sed testigos de la paz”.

    

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