Te describieron como «una casa enorme y muy cómoda, con grandes ventanas que dejaban entrar la luz del día».

Te describieron como «una casa enorme y muy cómoda, con grandes ventanas que dejaban entrar la luz del día».
Querido Mahatma, eras hindú a tu manera. Y también cristiano a tu manera.
Me pregunto si eras un buscador de Dios, o acaso una presa atrapada por él, como Jeremías.
Cierto día escribiste que las vidas de los santos son una especie de comentario al evangelio. Sin imaginarlo, estabas definiendo la tuya.
Contra Cristo o a favor de él, fuiste siempre una fiera que sabía rugir o acariciar, como todos los leones de raza.
‘Satanizado’ y ‘canonizado’; todo un signo de contradicción. Pero tú eras consciente de que importa poco el juicio que viene de fuera.
El mundo tiene tanta necesidad de santos geniales como una ciudad invadida por la peste tiene necesidad de médicos
“Necesitaremos algunos buenos alfilerazos para desinflar nuestra vanidad, nuestro ‘yo’, a fin de que, haciéndonos pequeños, podamos descubrir a Dios”
“Durante toda mi vida, la presencia de Dios
ha estado sobre mí, como algo feliz, algo salvador”.
Mi padre repetía continuamente en mi presencia: ‘No hay Dios’, a los ocho o diez años era yo una atea consumada.
Tu vocación de contemplativa estaba en la calle, en el trabajo, en ese silencio que es posible descubrir en medio del ruido.