
Fidelidad y perpetuidad
La fidelidad implica perpetuidad. La perpetuidad es elemento o dimensión esencial de la totalidad.
La fidelidad implica perpetuidad. La perpetuidad es elemento o dimensión esencial de la totalidad.
Por vez primera se celebró un Concilio no para condenar herejías, sino para exponer la verdad cristiana.
Dios nos pensó y eligió en la Persona de Cristo para que fuéramos de verdad hijos suyos.
Amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón, por encima de cualquier riqueza, fue el programa del Señor.
Se trata del Padre Luis Ruiz Ramírez, jesuita gijonés, o casi podríamos decir chino, por los casi 70 años que lleva en el país del Lejano Oriente al servicio del prójimo..
Carta abierta a religiosas y religiosos de la Iglesia que vive en la Diáspora.
Tal vez sea fácil vivir sin dinero o propiedades. Algo más difícil es entregar nuestro tiempo y nuestras cualidades, nuestro ser.
No agobia nunca al hombre ni le oprime bajo su dominio. Al contrario, le libera de toda forma de esclavitud y de opresión.
Salvarse es tener inscrito el nombre en el libro de la vida. Borrar el nombre de ese libro equivale, en el lenguaje bíblico, a condenarse, que es perderse para siempre.
Efectivamente, todo es gracia; y la gracia nos iguala a todos en el amor.
Bienaventurados el que ama como ama Dios, porque será amado como es amado el mismo Dios.
Cuantos formamos la Iglesia, debemos evocar constantemente el perdón que nos otorga Cristo y las exigencias de la vida fraterna.
La perfección cristiana consiste en la misericordia, es decir en amar como ama Dios, con amor gratuito, personal y entrañable.
A los ojos de Dios, es decir, conforme a lo que dice la Ley, ¿es lícito pagar tributo al César o no?.
En hebreo, existen, fundamentalmente, tres palabras para expresar lo que, en sentido bíblico, se entiende por misericordia.
El evangelista Mateo también conoce el dinero de los impuestos y toma postura ante él.
Una de las palabras más densas de contenido y más originales de toda la Biblia es la palabra misericordia.
Es posible que nuestra vida, pese a nuestro voto de pobreza, se muestre titubeante: ¿a qué altar acudir?