
Solo se redime lo que se ama
Y escribo redención con minúscula. Me refiero a las pequeñas liberaciones. El amor del cónyuge es liberador. Libera de la pandilla cuando se singulariza la mirada amorosa. Libera de la soledad y la incertidumbre.
Y escribo redención con minúscula. Me refiero a las pequeñas liberaciones. El amor del cónyuge es liberador. Libera de la pandilla cuando se singulariza la mirada amorosa. Libera de la soledad y la incertidumbre.
“Voy por el tercer matrimonio” así se expresa un alto ejecutivo en una conversación a través de la radio. Al parecer se trata de un ejecutivo de éxito; que orienta a otros a tener más éxito profesional.
Vivimos en la sociedad de la información; la comunidad virtual tiene cada vez más extendido influjo en la configuración de nuestras referencias, relaciones y emociones. Lo que no sale en las redes sociales, parece que no existe.
El amor conyugal para ser realmente signo sacramental tiene que tener ciertas características: consciente y libre, capaz de donación, entre hombre y mujer, fiel, total, fecundo.
Está cerca el la fiesta de la Sagrada Familia. Retorna cada año en Navidad. Los ojos se fijan en una familia peculiar a la que llamamos sagrada. Nos recuerda episodios de Belén y Nazaret, situaciones de asombro, incertidumbre y amenaza.
En la realidad de la vida, prevale el número de personas buenas y amorosas, generosas y serviciales. Hay mucha gente que se siente feliz haciendo el bien a los demás.
Según señalan las estadísticas del Instituto Nacional aumentan las matrimonio civiles; disminuyen los canónicos. La proporción es ya de 6 a cuatro. Y la tendencia va en aumento. Sucede que también aumentan los divorcios, el número de parejas de hecho. Y al mismo tiempo desciende la nupcialidad.
En una cultura bastante emocional como es la nuestra, suena bien la palabra ternura. Se asocia a una constelación de experiencias gratificantes. Se trasponen los significados inmediatos a la dimensión religiosa.
Me cuentan que una mujer casada abandona a su marido y a sus hijos. Y da esta explicación: “quiero ser feliz”. Resulta sorprendente. ¿Quién no quiere ser feliz? Yo quiero ser feliz. Aspiro a ello.
Uno de las urgencias de la pastoral actual consiste en proponer nuevos modelos de santidad. En la tradición han ido sugiriendo modelos según las épocas: los apóstoles, los mártires, los monjes, los confesores, las vírgenes, los misioneros…
La relación entre la Iglesia. como comunión de vida, y el matrimonio, en cuanto relación amorosa de hombre mujer, es muy peculiar. La Iglesia se entiende a sí misma a través de la metáfora esponsal y maternal.
Todos reconocen que el género es una construcción social. Lo que implica ser de género masculino o femenino se ha construido culturalmente.
Acaba de llenar las primeras páginas de los medios informativos una boda famosa. Le viene la singularidad tanto notoriedad de los personajes como de la circunstancia de la edad. Las reacciones de los informadores y comentaristas son dispares.
Eugenio Ionesco en una de sus obras cuenta una historia significativa. Dos personas, que no se conocen una a otra, están sentadas en la misma habitación. La conversación va revelando una serie de coincidencias sorprendentes. Viven en el mismo edificio de pisos y apartamentos, en el mismo número… y en la misma letra. Al final resulta que son marido y mujer y que no se conocen el uno al otro.
Hay miles y miles de parejas que son fieles toda la vida, que se enamoran, que se unen, que se acompañan, que se desafían, se perdonan, se reconcilian, que se cuidan y se reconocen, que hacen el amor y construyen la relación de amor.
En nuestros días se han modificado las expectativas con respecto a la vida misma, a lo que se pide y se espera de ella. Falta romanticismo y sobre pragmatismo.
Hay lugares que tienen gracia. Y me refiero a la gracia como disfrute. Y a la gracia como donación humana y divina. A la relación matrimonial cada persona va con su propia historia individual, y también con sus afanes, sus sueños, expectativas, aspiraciones.
Hace ya muchos años que Nicola di Bari se sentía el último romántico cantándole a la luna. Hoy día surge con insistencia la pregunta: ¿Están llegando a su fin las generaciones del amor romántico?
Querido Jesús crucificado : hoy te escribo esta carta, Quiero expresarte mis sentimientos. Con frecuencia me siento rabioso; en otros momentos siento fuertes temores. También vivo sentimientos de mucha pena. Constato que algunos quieren quitar tu recuerdo/símbolo de los espacios públicos.
Para poder vivir una auténtica relación de amor, se requieren algunas actitudes previas y fundamentales. Son punto de partida para una relación de amor constructiva y personalizada.