En una conferencia reciente, enfaticé cómo Jesús conmocionó a la gente de igual manera tanto en su capacidad de disfrutar a fondo su vida, como en su capacidad para renunciar a ella y entregarla.
 
                                                             
                                                            En una conferencia reciente, enfaticé cómo Jesús conmocionó a la gente de igual manera tanto en su capacidad de disfrutar a fondo su vida, como en su capacidad para renunciar a ella y entregarla.
 
                                                            Muchos son los esposos en el matrimonio, muchos son los hijos en la familia, muchos son los amigos, y muchas son las iglesias los que desearían que alguien a quien aman y de quien necesitan más atención, estuviera menos ocupado.
 
                                                            Hace algunos años, una amiga mía estaba enfrentándose con el nacimiento de su primer hijo. Aunque estaba contenta porque estaba a punto de ser madre me confesó abiertamente sus temores acerca del proceso real de nacimiento, el dolor, el peligro, lo desconocido.
 
                                                            Todos estamos poderosa, incurable, y maravillosamente sexuados, lo cual forma parte de una conspiración entre Dios y la naturaleza. La sexualidad descabsa justo al lado de nuestro instinto de respirar y está siempre presente en nuestras vidas.
 
                                                            Imagínese que es ciego de nacimiento y que esta viviendo en la edad adulta sin haber visto jamás la luz y el color. Entonces, a través de una operación milagrosa, los médicos son capaces de darle la vista. ¿Qué sentiría inmediatamente al abrir los ojos? ¿Asombro? ¿Perplejidad? ¿Éxtasis? ¿Dolor? ¿Una combinación de todo esto?
 
                                                            Vivimos con demasiado temor de Dios. Este temor tiene muchas caras, desde el miedo supersticioso de los ingenuos, al miedo legalista de los más escrupulosos, hasta el miedo intelectual de los muy sofisticados.
Hay amor cuando damos, como hay también amor cuando recibimos.
Con mucha frecuencia esta cuestión nos golpea con especial agresividad.
Todos somos monjes y cada uno de nosotros tiene su celda propia.
Todos nosotros somos vulnerables, dependientes, mortales, a un latido del corazón de dejar este planeta.
Gratos recuerdos de antigua maestra mía en el aniversario de su muerte.