¿Qué queremos decir cuando afirmamos que hacemos un sacrificio?
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que hacemos un sacrificio?
Tanto la religión como el mundo lidian con el sexo, sólo que de manera diferente. Todos se esfuerzan y luchan.
Las puertas del infierno estaban cerradas y solamente Jesús podría abrirlas por medio de su muerte.
Dios nunca domina, nunca abruma, nunca tuerce el brazo de nadie, nunca empuja tu rostro contra algo como para quitarte tu libertad. Dios respeta nuestra libertad y nunca resulta para el hombre una fuerza coercitiva.
Cuando matamos no lo hacemos con arma de fuego. Perpetramos el asesinato con pensamientos, sentimientos y palabras.
Lo que los evangelios y Jesús subrayan es su soledad moral, el hecho de que él se sentía solo, traicionado, humillado.
Vivimos bajo constante presión, de fuera y de dentro, para ver y codiciar más, consumir más, comprar más y empaparnos más de la vida mundana. La presión para aumentar la dosis es constante e implacable. Pero aquí es precisamente donde se nos exige un ascetismo deliberado y reflexivo, tenaz e irrevocable.
Necesitamos arder de nuevo, porque nuestra esperanza ya no es fácil. Vivimos en una cultura de pesimismo y decepción en la que Pentecostés ya no puede darse por supuesto.
A primera vista, nos pareceremos a David frente a Goliat, no preparados para la tarea de derrotar a un gigante o de dar suficiente alimento a un mundo hambriento con ganas de comer.
Jesús fue una vez al desierto, durante cuarenta días y cuarenta noches, sin llevar comida y alimentación, ayunó. Se sometió voluntariamente a un ascetismo concebido como una ayuda que le impulsara a lograr un nivel más profundo de comprensión, amor y madurez.
Los hijos nunca son realmente tuyos, independientemente de que seas su madre natural, o su madre adoptiva o su maestra. Ellos tienen sus propias vidas, vidas que tú no posees en propiedad.