Bienvenidos al Rincón de Juan. Comentario al evangelio del domingo 29 de junio: Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
Celebramos hoy la fiesta de dos grandes seguidores y amigos de Jesús, dos gigantes de la fe: Pedro y Pablo. De hecho, son tan grandes que no entiendo cómo la liturgia los junta, porque bien se podían celebrar por separado.
Pedro, un hombre rudo, pescador, apóstol: Petrus, piedra, «sobre ti edificaré mi Iglesia».
Y Pablo, un hombre culto, judío, benjaminita por los cuatro costados, de una de las tribus privilegiadas de Israel, perseguidor de Cristo, maestro de la ley que convirtió radicalmente su vida.
¿Qué vemos en estos dos hombres que hoy celebramos? Bueno, pues fijaos: dos caracteres muy opuestos, dos formas de ser muy distintas —ya lo hemos insinuado.
Uno, iletrado, pescador, hombre de un carácter impulsivo, débil ante la dificultad (recordad las negaciones), pero con un gran corazón.
Otro, un hombre formado, culto, maestro de la ley, de alta clase social, orgulloso, tenaz, entregado 100 % a la causa.
Pedro caminó con Jesús los casi tres años, siempre a su lado. Lo vemos en muchas escenas del evangelio; era uno de sus incondicionales.
Y Pablo no tuvo un conocimiento directo de Jesús, no convivió con Él, pero tuvo un encuentro con el Cristo resucitado en su conversión, camino de Damasco.
Pablo fue un gran misionero, uno de los grandes divulgadores del Evangelio. A los 28 años, aproximadamente, fue su conversión. Y, convertido a Cristo, se dedicó a anunciar su vida. Cambió radicalmente, dio la vuelta como un calcetín y se dedicó a anunciar a Aquel que antes había estado persiguiendo.
En su etapa de los 42 a los 53 años fue un misionero infatigable, realizando cuatro viajes, predicando, organizando comunidades. Muchas de sus cartas las conservamos en el Nuevo Testamento.
Y desde los 53 años hasta su muerte organizó todas esas comunidades y las mantuvo bien activas. Fue un hombre que, para su época —donde, imaginaos, no se podía viajar, era algo muy difícil de realizar— fue realmente un misionero y apóstol.
«Mi gracia te basta, mi fuerza se manifiesta en la debilidad.»
Y San Pedro, el incondicional de Jesús, el que al final del evangelio Jesús le pregunta por tres veces:
—“Pedro, ¿me amas?”
—“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”
Fueron dos hombres que lo dieron todo por el Señor. Que, con sus debilidades, su corazón siempre anduvo detrás de Él.
¿Y para nosotros? ¿Qué nos enseñan estos dos hombres de caracteres tan diferentes, hasta opuestos, podríamos decir?
Que todos, independientemente de nuestra condición, de nuestra formación, de nuestra raza, lengua, religión, de nuestra forma de ser, siempre podemos encontrarnos con el Cristo resucitado, como ellos lo hicieron.
Y en ese espíritu misionero y evangelizador —Pedro como primer cabeza de la Iglesia, y Pablo como misionero y fundador de muchas comunidades— rezamos hoy también por el Papa León XIV, sucesor de Pedro en este ministerio que le ha sido encomendado recientemente, para que lo desarrolle siempre fiel a lo que Jesús quiere de su Iglesia.
Que tengáis todos un feliz verano: un tiempo de descanso, un tiempo también de estar en armonía en nuestro corazón con el Señor, disfrutando de este tiempo estival.
Y aquí dejamos el Rincón de Juan.
Feliz día de San Pedro y San Pablo.