“Por este medio le voy a comunicar mis problemas que me han sucedido. Algo de lo que le escribo ya se lo he contado, pero ahora lo completo. Cuando mi esposo y mi hijo mayor murieron por la causa del alcohol, mi vida se vino abajo; ha sido muy dura, llena de sufrimiento. Solo llorar me consolaba.
Pensé muchas veces que ya no tenía sentido vivir, deseaba morirme, todo era superior a mis fuerzas, me sentí impotente, deprimida.
Con la visita de las hermanas de la iglesia católica comenzó mi alivio, se inició un cambio, una lenta recuperación. Su aprecio, su amor, su oración, sus palabras de ánimo, comprensión y cercanía han hecho posible que mi vida tenga esperanza y no se quede postrada en la más radical amargura y soledad. Doy gracias a Dios por ellas. He podido levantarme. He resucitado. Le pido que ore por mí y por el grupo de la comunidad eclesial que se ha reunido en mi casa”.
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Marcos 10, 2-16. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.