¡Estamos salvados por la muerte de Jesús! Todos los cristianos creen esto. Éste es un principio central de la fe cristiana y el centro de casi toda la iconografía cristiana. La muerte de Jesús en una cruz cambió la historia para siempre. Efectivamente, medimos el tiempo a partir de ella. El efecto de esa muerte marcó tanto al mundo que, no demasiado tiempo después de morir, el mundo comenzó a medir el tiempo en referencia a Jesús. Estamos en el año 2011 desde que él nació.
Pero ¿cómo opera esto? ¿Cómo puede rebotar la muerte de una persona a través de la historia, yendo hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, situándose de alguna manera fuera del tiempo, de forma que afecte a la vez al pasado, al presente y al futuro, como si esa muerte estuviera ocurriendo para siempre en el momento actual? ¿Supone esto simplemente que hay una especie de misterio y metafísica especial dentro de la divinidad que no tendrían que ser entendidos con ninguna de nuestras categorías normales?
Con demasiada frecuencia -creo- la respuesta que se nos daba era simplemente ésta: ¡Créelo. No tienes que entenderlo!
Y en esto hay sabiduría. Cómo nos lavamos y quedamos limpios en la sangre de Cristo es algo que entendemos más con el corazón que con la cabeza. Sabemos su verdad, aun cuando no la entendemos. En efecto, conocemos su verdad tan profundamente que hasta arriesgamos toda nuestra vida en ello. Yo mismo no sería hoy ministro del Evangelio y sacerdote, si no creyera que es la muerte de Jesús la que nos salva. Pero, ¿cómo explicarlo?
En mi investigación como teólogo y sencillamente en mi búsqueda por integrar mi fe cristiana, he buscado conceptos, montajes imaginarios y un lenguaje con el que entender y explicar esto: ¿Cómo puede la muerte de un hombre, ocurrida hace dos mil años, ser un acto que nos salva hoy? Una de las cosas que me ayudó en esta búsqueda fue un consejo del eximio teólogo belga Edward Schillebeecks, quien en su libro innovador sobre “Jesús como Sacramento de Dios” afirmaba simplemente que no tenemos nociones metafísicas con las que explicar esto. C.H. Dodd, a quien citaré más adelante, afirma atinadamente: “Aquí había más de lo que se podría explicar en el nivel histórico humano. Dios estaba en ello”. Parte de esto es misterio.
Pero, admitidos estos límites, quiero ofrecer aquí dos extractos, uno de Thomas Keating y otro de C.H. Dodd, que, al menos parta mí, han sido útiles para tratar de entender algo que es en gran parte inexplicable. El pensamiento de Keating es más místico y poético, pero maravillosamente sorprendente. El de Dodd es más fenomenológico, pero igualmente útil.
Tomás Keating ofrece su comentario en respuesta a una pregunta: ¿Hemos entendido realmente alguna vez cómo nos salva la muerte de Jesús, ocurrida hace más de dos milenios?
La Escritura nos proporciona ejemplos de personas que realmente intuyeron esto – por ejemplo, María de Betania, ungiendo a Jesús en casa de Simón el Leproso (Mt 26,6-13). Al romper el frasco de alabastro, de muy caro perfume, sobre el cuerpo entero de Jesús y al inundar la casa con aquella magnífica fragancia, parece como si ella hubiera intuido lo que Jesús estaba a punto de hacer en la cruz. Las autoridades ya habían decidido asesinarle. El gesto de despilfarro de María simbolizaba el más profundo significado de la pasión y muerte de Jesús. El cuerpo de Cristo es el frasco que contiene el más valioso perfume de todos los tiempos, a saber, el Espíritu Santo. Ese cuerpo estaba a punto de quebrarse y abrirse, de modo que el Espíritu Santo se pudiera verter sobre la humanidad entera –pasado, presente y porvenir– con generosidad sin límites. Hasta que ese cuerpo no se hubiera quebrado en la cruz, el pleno alcance del don de Dios en Cristo y sus posibilidades transformadoras para la raza humana no podrían conocerse o remotamente preverse.
C.H. Dodd describe cómo la muerte de Jesús rebota a través de la historia con estas palabras: Aquí había más de lo que se podría explicar en el nivel histórico o humano. Dios estaba en ello. La intención creadora de Dios está obrando incesantemente en este su mundo. Este propósito encuentra resistencia por parte de la voluntad recalcitrante de los hombres. Si en algún momento la historia humana hubiera llegado a ser enteramente acogedora y no-resistente a Dios, y perfectamente transparente a su designio – entonces, desde ese momento el propósito creador operaría con un poder nunca visto. Esto es justamente en lo que la perfecta obediencia de Jesús influyó. Al interior de la naturaleza humana y de la historia humana él estableció un punto de completa no-resistencia a la voluntad de Dios, y de completa transparencia a su designio. Al volver nosotros a ese momento, éste se vuelve contemporáneo y nosotros nos abrimos a la energía creadora que perpetuamente opera para transformar al hombre según la imagen de Dios. La obediencia de Cristo es la emisión de fuerza creadora para el perfeccionamiento de la vida humana. Una decisión tomada por un gran hombre o por una gran mujer puede alterar todos los aspectos de la vida, para el presente y para todo lo que vendrá después.
Nuestras acciones morales todas dejan una huella, y a veces, si ese acto moral equivale a la desintegración del átomo, ese efecto dura para siempre. La muerte de Jesús desintegró el átomo moral.
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Foto por Lindomar Cruz