-Soy lo más importante -dijo el fuego-; sin mí, todos morirían de frío. -Lo siento -intervino el agua-, pero lo más importante soy yo; sin mí todos moriría de sed. -No lo diréis en serio -replicó el aire-: ?o es que pretendéis compararos conmigo? Sin mí todos morirían asfixiados; más aún, ni siquiera podrían nacer. Entonces vieron que Dios pasaba en silencio por aquel lugar. Y desde aquel momento, ni el agua, ni el fuego ni el aire han vuelto a pronunciar una palabra.
Miércoles de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario
Lc 7, 31-35. Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado.