Quiero que mi vida sea una oración constante.

    Comienzo el día haciendo un rato de silencio. Doy gracias por la nueva oportunidad de «caminar» hacia la Luz y digo al Padre que se haga su voluntad en mi y que me ayude a ser cada vez más transparente para que El pueda manifestarse allí donde me encuentro.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Después de esto Dios puede llegar en cualquier momento; por eso trato de estar «despierta» para poder escuchar su voz en todas las situaciones que vivo durante el día. Al salir de casa, el canto alegre de los pájaros me hace sentir que El me acompaña y me protege, recordando el texto: «mirad las aves del cielo…». Y le doy gracias por su compañía y su cuidado a todo cuanto ha creado. El camino al trabajo es momento de enviar deseos de paz, amor y armonía a aquellos ambientes que se presentan conflíctivos y a cuantas personas van pasando a mi lado. Cuando llego a la oficina contemplo la salida del sol. También ahí le encuentro y me hace descubrir su gratuidad -doy gracias por esta oportunidad-; si no sale el sol, trato de encontrarle en la lluvia o en las nubes. Y comienzo mi jornada de trabajo alabándole.

Si participo en la Eucaristía, ésta se convierte en lugar de encuentro y la escucha de la Palabra me ayuda a interpretar los acontecimientos, me da fuerzas y me va indicando qué quiere Dios de mi.

Antes de acostarme hago de nuevo un rato de silencio. Me pongo en presencia del Padre y hago un recorrido por cada acontecimiento y relación vivida durante el día. Recuerdo a familiares, amigos y enfermos y, unida a ellos, rezamos juntos y doy gracias por todo.