Sí, para bautizar –por ejemplo- a setenta personas en una noche. ¡Tantas idas y venidas con Dios en la mochila! Porque Dios, solamente Él, es quien les visita eficazmente en esa agua de bautismos aparentemente sin sentido, pero asidero único para encontrar ellos salvación. Y lo celebran, y yo con ellos. Hubo una cerveza que fue pasando en vaso único de usuario en usuario. Y bebimos todos. Otra familia me arranca de ese círculo y me lleva hasta su choza. 
De regreso, con mi bote por el agua y la barba extendida por mi cara, hubo que atravesar un malpaso, una de esas caídas peligrosas que en el río hay. Y nos abrazó el río embravecido a los que viajábamos con un susto de agua fuerte. No hubo gritos, sin embargo. Como un enano impotente pero ágil, el bote en unos segundos más se alejó de aquella agua en desorden que quiso jugar un rato con nosotros. Mi ropa se secó pronto con el sol y la brisa del irnos deslizando por el río.
Sigue siendo todo igual. La aventura se repite. Idéntico paisaje, idéntica lejanía. Los mismos hombres, la multitud de niños sin nada más que sus ojos abiertos. Quiero perseverar y seguir subiendo siempre a ellos, siempre, siempre. Otros vendrán que puedan mejorar nuestro trabajo. Mientras tanto subir, subir a ellos y estar lo más posible viviendo cerca de su suerte.




