
Los he visto a ellos y a ellas vagar días y noches por las calles. Algunos son obligados a prostituirse, engañados, trasladados de un lugar a otro. Los narcotraficantes los utilizan como portadores menores de droga. Algunos son adiestrados para entrar en las bandas violentas y así comienzan a creerse héroes de la calle con un buen porvenir, reconocidos y fuertes ante una población que han atemorizado y que se siente incapaz de reinsertar en su sociedad a estos rotos y heridos adolescentes que pululan de un lado a otro sin afecto, sin rumbo, sin calor familiar.
Los niños y niñas de la calle no valen nada; y, como no valen nada, se les usa como cobayas. La infancia en estos países se muere mientras que en los países del Norte inquietan a sus padres porque no han conseguido la máxima nota en inglés o en matemáticas. Los niños por aquí tienen los ojos grandes y el estómago encogido por falta de alimentos. También he visto a un buen número de personas que se ocupan y se dedican a cuidarlos, quererlos, educarlos. Algunos voluntarios y otros vocacionados viven con ellos ofreciéndoles la oportunidad de salir de esos pozos negros para llevarlos a tierras de salud digna y verdadera vida. En España hay pobreza; allí hay miseria. En España hay enfermos; allí epidemias. Aquí hay delincuencia; allí niños de la calle. Demasiados errores y horrores para seguir escribiendo.



