¿Mi sacerdocio? Lo he vivido como una liturgia (λειτουργ?α: una función pública, aunque nacida de una unción personal. Me enteré muy tarde de que era sacerdote. No porque no lo supiera, sino porque no tenía experiencia de ‘serlo’ ni entendía sus raíces profundas ni su origen. Si Dios me había pensado como sacerdote desde su eternidad, yo ya era en él sacerdote, antes de enterarme. ¡Eso se me escapa-y se me escapa-, claro! Pero, tenerlo en cuenta ahora- a lo que llamo enterarme- no es retórica sino recuperar mi verdadero puesto en el corazón de Dios. Hasta que un día se hizo historia, la mía en este caso. Siendo muy niño, ocho años, ya quería ser ‘fraile’, que así llamábamos en el pueblo a todos los que se iban al seminario. Y lo repetía como estribillo, un día y otro…

Por otra parte, mi sacerdocio me enseñaba que no bastaba ‘tener conocimientos sobre Dios (cosa de ciencia), ni sólo ‘estar en las cosas’ de Dios (cosa de ocupación). Era necesario tener alguna experiencia que, por ambigua que fuese, pudiera representar un contacto con Él; esto significaba y requería una cierta ‘desocupación (cosa de ‘detenerse’, de hacer pausas para ‘estar’). Esa desocupación, aparentemente vacía, me permitía encarnar uno de los grandes gestos de Jesús (Mc 1,35)’. Además de poder consagrar y perdonar, pude formular mi anhelo sacerdotal como ‘orar y enseñar a orar’. Consciente de las dificultades de tal empeño, sabía que tenía que redefinir la oración, más que como una actividad, como una pasividad; y redefinir la aportación de la persona, sabiendo que a la de entonces y a la de hoy, no le gusta la quietud mental; que vive el rechazo a ‘permanecer y a estar’; que no consiente fácilmente en encontrarse como ‘lugar?silencio’ y prefiere ignorar que la relación con Dios y su ‘realización’ es parte de la propia definición y de la propia realización como personas. Al leer en Pascal que: ‘Los males del mundo provienen de la incapacidad del hombre para permanecer sentado en silencio’, lo acepté sólo como hipótesis inicial. Ahora lo formulo: ‘Los males del mundo provienen de la no necesidad que el mundo siente para permanecer en el silencio de Dios’.
En ese momento de mi progresiva comprensión, ya me resultaba más natural el vincular el periodismo-mi vocación ‘frustrada’-, la psicología de la llamada ‘profundidad’ y la demanda honda y humilde de quien necesita orar. Mi periodismo iba a ser dar la ‘Buena Noticia’ (‘evangelizar’ siempre primicia); la psicología clínica, se me configuró como una visión humana del hombre interior, el realmente consistente’. Desde mi fe tenía la aportación ‘teologal’ de la persona que, en el ‘dialogo’ con Dios, tiene que buscar y encontrar la mayor fuente de dignificación personal. Mi empeño, como mi vocación, y la forma de mi sacerdocio, ha sido el favorecer en los que he podido, el ‘despertar en el ‘Acontecimiento?Dios’. Me lo requiere la urgencia con la que san Pablo afirma: ‘Ya es hora de que despertéis’ (Rm 13,11).
Y así, hasta ahora…, y a mi manera… Espero que mi sacerdocio y el estilo con el que lo he vivido le guste a Dios porque espero-creo- que me lo ha dado todo Él.




