La madre del nuevo pueblo

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Recuerdos de Egipto

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Somos hijos de nuestros padres y de nuestra tierra. Por ejemplo, a un israelita siempre le acompañarán los recuerdos ancestrales de Egipto. Si habla de su Dios, inmediatamente añadirá: «Te sacó de Egipto- (Dt 5,6; Ex 20,2). La salida de Egipto retomará reiteradamente a la memoria del pueblo liberado con la mano fuerte y el tenso brazo del Señor (cf. Dt. 5,15),

Israel recuerda muchas cosas de Egipto: La opresión egipcia, la travesía del desierto inmenso y abrasador, el hambre y la sed hasta el límite mortal, etc., son algunos recuerdos transmitidos de una a otra generación. La liturgia del templo era un buen momento para proclamar públicamente las hazañas divinas realizadas en Egipto (cf. Dt 26,5b- 11). Egipto despierta muchas más evocaciones; por ejemplo, atribuir a Dios fines aviesos como si el Señor hubiera liberado a Israel para matarlo en el desierto (cf. Ex 17,3).

Algunos recuerdos de Egipto pertenecen a tiempos más recientes. Hubo épocas en las que Israel buscó la protección del poderoso Egipto. Los profetas alzaron su voz contra esas ayudas ineficaces. Si el pueblo de Dios busca la curación en el «rey poderoso», «él no puede curaros», sentencia Oseas (5,13). El dictamen de la profecía es unánime: sólo en el Señor ha de depositarse el afecto y la confianza, que los imperios son caducos y su poder, efímero.

Bien puede decirse que Egipto delimita la existencia de Israel. Tanto en los comienzos como al final de la vida de Israel hallamos a Egipto. Oseas no sólo amenaza, también sanciona el proceder depravado de Israel. Puesto que no quiso obedecer, «Volverá a Egipto (Os 11,1). La amenaza se cumplió en tiempo de Jeremías. Este es el camino recorrido por Israel: ‘Egipto – la Tierra – Egipto’. Sale de Egipto camino de la Tierra; profanada la Tierra, ha de retomar a Egipto. La vida de Israel transcurre entre el Exodo inicial y el Anti-éxodo final.

Éxodo y Anti-éxodo

Existe una contraposición total entre el Éxodo y el Anti-éxodo. Moisés sale de Egipto obedeciendo a Dios. Juan y sus capitanes, contra el parecer de Jeremías, reunieron al resto de Judá, llevaron a Jeremías consigo y «llegaron a Egipto sin obedecer a Dios» (Jr 43,7).

Israel salió de Egipto para servir al Señor. Los que retoman a Egipto sirven «a la reina del cielo»: en su honor queman incienso y le ofrecen libaciones (cf. Jr 44,16-19), lo cual es una auténtica abominación que Dios detesta (cf. Jr 44,4.21s). Los que salieron de Egipto salvaron la vida. Los que vuelven a Egipto, huyendo de la muerte, se encontrarán con Dios dispuesto a extirparlos (cf. Jr 44,11).

Tan sólo la Tierra, y no Egipto, es el lugar idóneo para habitar permanentemente. Egipto es, de suyo, tierra extraña. La Tierra es territorio propio. En la figura de Jeremías, y en los que bajan a Egipto con él, se consuma el Anti-éxodo. Jeremías, aun sin quererlo, es el Anti-Moisés. Ha de unirse obligatoriamente a la caravana de los que bajan a Egipto. Allí encontrarán la muerte.

La madre del pueblo

Los recuerdos de Egipto afloran en el evangelio de Mateo. La matanza de los Inocentes, por ejemplo, atrae la siguiente cita bíblica: «De Egipto llamé a I mi hijo» (Mt 2,15a; cf. Os 11,1). La Sagrada Familia baja a Egipto y sube de Egipto para establecerse en Nazaret (cf. Mt 2,13-15.19-21). ¿Por qué en Nazaret y no en Belén, de donde partieron? Es un indicio de que el Éxodo y el Antiéxodo subyacen en la narración evangélica. El lector atento del evangelio advierte enseguida la presencia de la madre de Jesús, al bajar y al subir de Egipto; en el Anti-éxodo y en el Éxodo. ¿Baja a Egipto y sube de Egipto sólo una familia o todo un pueblo? En ambos casos, María es la madre de Jesús o de todo el pueblo.

Soplan aires inclementes y criminales en el entorno de Belén. El rey Herodes, un intruso idumeo, teme por su trono, cuando se le comunica que acaba de nacer el Rey de los judíos (cf. Mt 2,2). Su reacción se parece a la del Faraón: persigue a muerte al Rey de los judíos, así como el Faraón egipcio pretendió aniquilar a Israel. Como rey (cf. Mt 2,1), He- rodes representa a todo el pueblo, contaminado por la maldad del monarca. El evangelista anota cómo todo Jerusalén se sobresaltó juntamente con el rey (cf. Mt 2,3). Toda la tierra está mancillada y acecha el peligro mortal. En consecuencia, Israel ha de bajar nuevamente a Egipto como en los tiempos de Jeremías. Se impone un nuevo «Anti-éxodo».

José se asemeja a Jeremías y a Moisés. Como Jeremías debe abandonar la Tierra y bajar a Egipto. Como Moisés I acaudillará al pueblo que se encamina a la Tierra. Pero el Anti-éxodo de Jeremías está motivado por la obediencia al mandato divino (cf. Mt 2,13). Tanto José como los acompañantes de Jeremías moraron en Egipto. Se consuma así el Anti-éxodo. Un nuevo imperativo divino motivará el nuevo Exodo, cuya meta será Nazaret, ya que en Jerusalén aún soplan aires inclementes.

El niño que huye a Egipto representa a todo el pueblo. La maldad mancha la Tierra. El pueblo ha de retomar a los orígenes. Día llegará en el que se imponga un nuevo éxodo, conforme a la palabra de Oseas: «Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto- (Os 11,1). Jesús revive en su propia vida la historia del pueblo exiliado. Como el pueblo, también Jesús ha bajado a Egipto. Como el pueblo, nuevamente ha de salir de Egipto, llegado el momento.

Mateo insiste en que María es la «Madre de Jesús» (cf. Mt 2,13.14.20.21). No aparece en esta escena como esposa de José sino como Madre del Niño. Es decir, es la madre del pueblo que baja a Egipto, obedeciendo el mandato divino, y sale de Egipto. Se reitera la secuencia del Anti-éxodo y Éxodo definitivo. Dicho brevemente, bajan a Egipto el pueblo (el niño) y la madre del pueblo (María). Han de permanecer allí mientras viva Herodes y hasta que suene la hora de iniciar un nuevo éxodo. El nuevo pueblo de Dios, el «verdadero Israel», que sale de Egipto, requiere la presencia del Niño y de su Madre. Ellos son los iniciadores y consumadores del éxodo definitivo.