IV. OPCIONES PERSONALES PARA LA TRANSFORMACION DEL MUNDO

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A. CONTENIDO

 

0. Por el cambio: mis allá de un slogan electoral

Si el mundo fuera lo que esta llamado a ser no seria preciso hablar de transformaci6n. Pero es evidente que no. El folleto sexto ilustra de manera elocuente el mal que nos aqueja.

A veces —es verdad— las preocupaciones se refieren solo al ámbito doméstico. Anda-mos de cabeza porque el fontanero no llega cuando nos había prometido, porque no hay forma de atajar un dolor de muelas o porque han descontado de la n6mina mensual más de lo previsto. En otras ocasiones, se trata de asuntos de más envergadura: la armonía conyugal, el futuro de los hijos, el sentido de las ocho horas diarias de trabajo. Y no faltan —siempre que se dé un mínimo de capacidad reflexiva— las preocupaciones fun-damentales: el mal momento del mundo, el sentido de la historia, la situación de la Igle-sia, nuestra propia mediocridad espiritual.

En cualquier caso, la distancia entre lo que vivimos y lo que percibimos como ideal es tan palpable que la llamada a trabajar por reducirla se convierte en aguijón constante. Y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Sirve la fe cristiana para modificar la realidad? Cuando uno no se contenta con respuestas apresuradas y tópicas, experimenta una desa-zón. Si la fe fuera verdaderamente potente, ¿Cómo se explica que, al cabo de dos mil años, no haya conseguido cambiar más sustancialmente los males de nuestro mundo? Más aún: ¿Cómo interpretar el hecho de que en el origen de muchos de ellos se encuen-tran actitudes y estrategias nacidas en las culturas mas impregnadas por ella?
Esta inquietud se despliega: ¿Tiene el cristianismo alguna solución alternativa frente al capitalismo y al comunismo? ¿Existe una economía, una política, una ciencia que pue-dan ser llamadas "cristianas"? ¿Que aporta, en definitiva, el evangelio a la transforma-ci6n del mundo?

1. Cinco tesis en busca de cristianos reflexivos

1.1. Tesis Primera: La transformación cristiana nace del ser más que del hacer

Desde hace un par de siglos, la cultura europea ha ido reduciendo la mayor parte de sus ideales ilustrados (libertad, igualdad, fraternidad) hasta someterlos todos al rasero del mero pragmatismo. Este parece ser el criterio último que rige hoy la economía, la políti-ca y aun las relaciones sociales en general. Solo lo útil merece la pena. Solo aquello que es rentable (independientemente de sus dimensiones de verdad, bondad o belleza) sirve para construir el hombre y la sociedad.
También la Iglesia ha caído en esta tentación moderna del pragmatismo activista. Du-rante este tiempo ha puesto en marcha numerosas iniciativas en casi todos los campos. Aunque tales obras han servido, por lo general, para paliar muchas necesidades huma-nas (en el terreno de la salud, de la educación, etc.), no es fácil saber si han resultado verdaderamente transformadoras.

Cuando se hacen cosas por puro pragmatismo, sin la fuerza que les otorga la autentici-dad, el ser de quien las hace, no se aborda el problema en su raíz, por Inds que se consi-gan frutos aparentes.

Jesús no fue un pragmático: no escribió libros que contuvieran formulas de cambio so-cial, no consiguió —ni pretendió— liberar a su nación del yugo romano, no superó las desigualdades sociales, no resolvió el problema de la lepra o del hambre. Salvo peque-ños signos, no puede ser considerado, en si mismo, como un gran transformador. Y, sin embargo, grandes transformadores de la historia se han inspirado en el. En realidad, el fue mas radical que cualquier pragmatista. No se contentó con arreglar los males de su tiempo, sino que inauguró un camino de autenticidad más transformador que cualquier sistema, cualquier ideología. Curó la raíz de la que nacen todos los males.

1.2. Tesis Segunda: En toda transformación hay una resistencia que vencer y una gracia que desarrollar

La gran novedad de Jesús y, por tanto, la gran novedad de todo cristiano, es haber mos-trado, con su muerte y resurrección, que en el centro de la negatividad y del pecado emerge la fuerza sanadora de Dios. La muerte de Jesús es el resultado de una realidad refractaria que se niega a ser cambiada, el fruto del pecado que envuelve cuanto existe. La muerte en cruz significa el fracaso humano de la acción transformadora. Por eso la cruz de Jesús cura todo optimismo fácil que cree posible cambiar las cosas sin ir a la raíz o que llama transformaci6n a lo que es solo un cambio de apariencia. En la cruz de Jesús se reconocen todos los que han luchado sinceramente y siguen luchando por la transformación del mundo y, sin embargo, experimentan a cada paso que los resultados no se corresponden con sus esfuerzos, que hay una extraordinaria carga de resistencia difícilmente superable. Ignorar este hecho supone no haberse adentrado en la verdad de las cosas, no haber comprendido esa negatividad que la teología cristiana llama pecado original. Uno quiere ser honestamente mejor y, al cabo de los años, se descubre medio-cre. Quiere modificar su entorno y, después de muchos intentos, solo consigue pequeños cambios, por lo demás frágiles y siempre provisorios. ¿Que cristiano no ha sentido al-guna vez esta frustración?

La fe nos asegura, sin embargo, que en la cruz, en la negatividad, en el fracaso, en el anti-Dios, Jesús experimenta la insólita fuerza reactiva del Padre. Al salmo 22 ("Dios mío, ¿por que me has abandonado?") sucede el salmo 30 ("Padre, en tus manos enco-miendo mi Espíritu"). De la fosa de la muerte emerge el alba de la resurrecci6n. Esta es la gran novedad cristiana y la raíz de todo verdadero cambio. La victoria de Cristo cura todo pesimismo, toda desconfianza absoluta en la posibilidad de transformar el mundo desintegrado por el mal. Donde el cristiano se abaja por amor hasta perderse, donde experimenta la muerte como consecuencia de una vida entregada, donde muere grano podrido, allí se produce la verdadera transformaci6n. Esta es la extraña lógica del misterio pascual, la única que permite superar la vía estrecha del pragmatismo y entender la transformación como ser (autenticidad) y no tanto como hacer (apariencia).

1.3. Tesis Tercera: El cristiano aporta la cruz, pero no posee soluciones tecnicas para transformar el mundo.

La fe en el Crucificado/Resucitado no es una ciencia. Por eso no "sirve" para explicar la teoría de la relatividad o encontrar una vacuna eficaz contra el SIDA. La fe no es una técnica. Por eso no "sirve" para realizar trasplantes de hígado o estirar la nómina a fin de mes. La fe se presenta en el mercado de las ideologías como una menesterosa. Nadie, por el hecho de ser cristiano, vence el cáncer o fertiliza los desiertos del Sahel.

Pero la fe que brota de la muerte/resurrección sabe que hay una palabra eficaz de Dios pronunciada sobre el mundo y sabe que en el amor se expresa lo que Dios es y lo que el hombre esta llamado a ser. Y sabe que el amor significa perder la vida para encontrarla. Desde esta experiencia, el cristiano se vuelve creador, busca los medios que sirvan para expresar amor: "No es costumbre del Espíritu Santo suplir con sus dones la falta culpable de competencia" (E. Schillebeeckx).

1.4. Tesis Cuarta: Los carismas laicales subrayan la instrumentalidad dentro de la plural comunión de la Iglesia

En el folleto segundo se presenta la Iglesia como una comunión y en el tercero se estu-dian los carismas y ministerios como instrumentos interpersonales para su desarrollo. ¿Hay algo que caracterice a los carismas laicales, alguna nota que, en medio de su natu-ral diversidad, ponga de relieve lo común?

Si la Iglesia es —tal como la concibe el Vaticano II un signo e instrumento del Reino, a los carismas laicales les compete subrayar la instrumentalidad; es decir, la contribución positiva y creadora a la tarea de transformar la realidad y humanizar la historia.

Existen algunos carismas (todos los que, no sin cierta violencia conceptual, englobamos bajo la categoría de "vida religiosa") que ponen el acento, más Bien, en la dimensión simbólica de la Iglesia. Estando en el mundo, y a veces extraordinariamente insertos, los religiosos subrayan el "no ser de este mundo". El celibato, la austeridad compartida y el sometimiento libre a un proyecto común, sin ser rasgos exclusivos de una clase, expre-san históricamente y en condiciones de cierta "anormalidad", la dimensión escatológica del Reino.

Pero, porque la Iglesia no es solo símbolo sino también instrumento, existen carismas al servicio de la instrumentalidad, entendida ésta, no en clave activista (como si unos hicieran cosas y otros no), sino como llamamiento a la transformaci6n de las estructuras mundanas desde el interior de ellas mismas: el matrimonio, la familia, la empresa, el estado, etc.

La fe no crea un sistema político propio. Son los cristianos los que, insertándose en la política, intentan ponerla al servicio de la dignidad humana. La fe tampoco crea un sis-tema económico singular. Son los cristianos quienes, desde el interior de las estructuras económicas, se esfuerzan por ponerlas al servicio de la igualdad y la solidaridad.

Y puesto que, en el orden instrumental, no existe normalmente un único camino cristia-no, la pluralidad de opciones es, no solo legítima, sino típica de los carismas laicales.

1.5. Tesis Quinta: En toda transformación, los fines tienen que prevalecer sobre los intereses, lo esencial sobre lo indispensable

A veces se afirma con algo de ingenuidad que la unidad de la Iglesia exige comunión en los fines, y que la necesaria diversidad implica pluriformidad en los medios. Aunque el principio general puede ser aceptable, en la práctica no es tan fácil deslindar algunos fines de los medios necesarios para llevarlos a cabo. Por ejemplo: el respeto a la vida en su estado inicial (fin), ¿Puede prescindir del rechazo explicito del aborto (medio)?

Hay algunos fines que exigen necesariamente algunos medios. Pero el problema va aún más lejos. En ocasiones, el conflicto se plantea, no entre los fines y los medios, sino entre los fines y los intereses. En palabras de José M. Castillo: "En la iglesia coexisten dos grandes fuerzas de signo estrictamente contradictorio: de una parte, la fuerza de los fines evangélicos que la iglesia no se cansa de predicar constantemente; de otra parte. la fuerza de los intereses antievangélicos que, en realidad, subsisten en la misma iglesia. Ahora bien, la consecuencia practica y concreta que se sigue de todo esto es que la or-ganización eclesiástica neutraliza la fuerza del mensaje evangélico que la misma iglesia no cesa de proclamar ante los hombres".

Con otros términos, es sugerente también lo que indica Marcel Legaut.

Esta tensión es lo que hace de la fe cristiana algo "inservible" a los ojos del transforma-dor pragmático. ¡Cuántos cristianos comprometidos con su entorno han pretendido ace-lerar la eficacia de sus acciones políticas y económicas sin preocuparse de que los me-dios se ajustasen y participasen de las características del fin! Esto no significa defender una suerte de "purismo", como si los cristianos pasáramos de puntillas por el mundo. Contra tal purismo nos previene Jesús. Significa, mas bien, creer que la verdadera trans-formación no se produce en el orden de las apariencias sino en la raíz de las cosas. Cier-tos proyectos, aunque no logren su punto final pueden ser transformadores si estimulan y salvaguardan la autenticidad en los grados intermedios. La bondad de una transforma-ción no se puede medir solo por el fruto final sino también por la humanización que va produciendo en su desarrollo.

2. La acción transformadora a través de las opciones personales

2.1. Los tres niveles

De todo lo dicho se pueden extraer algunas conclusiones:

•Ni cualquier actividad es verdaderamente transformadora, ni cualquier transfor-maci6n es cristiana. La acción transformadora es una actitud (en el orden del ser) que da origen a un conjunto de actividades (en el orden del hacer) en las que una persona o un grupo arriesgan su existencia para hacer de ella una pro-existencia. Compromiso cristiano es el resultado de una vida planteada y vivida según las exigencias del Reino; es decir, desde el amor.

•El amor cristiano (única raíz que puede llevar a una acción transformadora) no es sentimental ni ideológico. Es profético (choca con el mundo), eficaz (no se confunde con la buena intención sino que mueve a los gestos concretos) y uni-versal (desde los más débiles se dirige a todos). En el contexto de injusticia en el que hoy vivimos, el amor cristiano es necesariamente conflictivo (sabe que la neutralidad equivale al predominio del desamor).

•El compromiso se realiza en tres ámbitos o niveles: personal, relacional y estruc-tural. Cada uno de ellos se corresponde con tres dimensiones esenciales del hombre: mismidad, ser-con-los-otros y ser-en-el-mundo.

En los apartados siguientes se desarrolla el compromiso en el nivel personal. Los folle-tos quinto y sexto desarrollan los niveles relacional y estructural respectivamente.

2.2. El compromiso personal

Todo lo dicho en las cinco tesis del apartado 1 constituye el fundamento y el criterio interpretativo de lo que sigue.

De entre las diversas opciones que la persona realiza para configurar su vida, destaca-mos dos que pueden ser verdaderos cauces de compromiso: el estado de vida y la pro-fesión.

2.2.1. El estado de vida

Para la gran mayoría de los laicos, el matrimonio y la familia son los cauces de su vida personal. Esta experiencia de amor personal, indisoluble y fecundo es una experiencia genuinamente humana. Cuando se simboliza en el sacramento no pierde su humanidad sino que manifiesta que su logro es, ante todo, un don de Dios y no tanto el
resultado de un esfuerzo. Cuando esta perspectiva se pierde, entonces lo mejor puede ser vivido más como una carga que como una liberación.

Un refrán ruso advierte de la envergadura de la opción matrimonial. Es, en efecto, una coyuntura critica:

•Para algunos cristianos el matrimonio ha sido la causa del abandono de su com-promiso. No solo de la renuncia a ciertas actividades (lo que puede ser compren-sible), sino incluso la dejaci6n de planteamientos vocacionales de riesgo. La búsqueda de una seguridad excesiva, el temor a una villa "complicada", los intereses afectivos cerrados acaban vaciando el sentido de la lucha y la solidaridad.

•Para otros, el matrimonio se ha convertido en un verdadero trampolín. El amor compartido ha potenciado su entrega a los demás y la ha madurado.

Desde lo que el matrimonio significa y desde la experiencia de muchos casados, parece imprescindible que en el matrimonio se comparta un proyecto vocacional, puesto que se trata de una opción que afecta a la totalidad de la persona. Esto implica una educación de la afectividad que evite el repliegue y estimule el riesgo y el compromiso.

Cuando un matrimonio se siente signo del amor de Dios y vive su proyecto de familia como signo de la Iglesia, entonces matrimonio y familia se convierten en "comunión para la misión". Las traducciones pueden ser muy variadas:
En las grandes ciudades habría que potenciar la formación de pequeñas fraternidades de cristianos vecinos, de modo que las familial aprendiesen a socializar su fe en unidades mayores.

Los padres y madres tendrían que ir desarrollando su función ministerial. Ellos presiden la pequeña iglesia doméstica que es la familia.

En una sociedad en la que se multiplican la soledad y el anonimato, la familia cristiana debería "poner de moda" la hospitalidad que tanto caracterizó a los primeros cristianos. Que cada casa sea un lugar de acogida y eventualmente, de oración.

Las viudas y los huérfanos son privilegiados en la comunidad cristiana. ¿Cómo conse-guir su integración familiar? ¿Se desarrollará en el futuro la vocación de matrimonios itinerantes al servicio del anuncio misionero, no sólo en las iglesias en formación sino también en las formadas?

También el celibato puede ser un cauce de la vocación laical. Cuando es elegido o acep-tado por el Reino y no por motivaciones egoístas o por complejos y cobardías— da una tonalidad especial a la profecía y a la donación. Hay laicos que hacen de su celibato una dimensión de su compromiso por transformar el mundo según Cristo a partir de la dis-ponibilidad que crea. Para compromisos de frontera, ¿no puede haber laicos que acepten el don del celibato como una opción personal?

2.2.2. La profesión

Es, normalmente, el camino por el que el cristiano puede participar en las estructuras sociolaborales para crear un tipo nuevo de sociedad.

A la hora de abordar los criterios de elección es imposible no tener en cuenta el desem-pleo endémico que padecemos: no siempre es posible elegir lo que se crea más conve-niente. En cualquier caso, parece evidente que los criterios de un cristiano no deben ser el prestigio social, la sola ganancia económica o el poder que la profesión implica. El cristiano debe optar profesionalmente con la perspectiva de influir en las estructuras sociales para hacerlas más libres y más justas, sabiendo que tal opción comporta siem-pre un riesgo y que no todos pueden asumirlo en la misma proporción.
Como en el caso del matrimonio, las perspectivas prácticas son muy diversas:
En primer lugar, la consideración objetiva. Una profesión que implique sistemáticamen-te acciones antihumanas no puede ser redimida subjetivamente a través de la buena in-tención. En este sentido, no toda profesión es apta para un cristiano.

En segundo lugar, la competencia. El empeño, la creatividad, la formación permanente, la calificación debe ser el estilo del profesional cristiano. Creer que la fe suple la desidia es pura ilusión.

En tercer lugar, el servicio, aun a riesgo del ascenso. Quien crea poder servir más solo cuando escale los puestos más altos se engaña. Resulta más difícil sustraerse a la lógica dominadora del poder.

Otros muchos aspectos pueden ser abordados, desde la propia experiencia, en la re-flexión del grupo.

B. PARA COMPLETAR

H. URS VON BALTHASAR, El compromiso del cristiano en el mundo (Madrid 1988)
W. KASPER, Teologia del matrimonio cristiano (Santander 1978).

C. OPERACIONES

1.A la hora de hablar de cristianos comprometidos ¿a quien nos referimos?
2.En que sentido transforman el mundo las madres de familia, a tiempo plenos, los enfermos, los minusválidos… ?
3.Independientemente de tu actividad directa como "laico comprometido" (hacer) entiendes tu propio estado de vida y profesión (ser) como modos concretos de transformar la realidad? ¿En que sentido la transformas?

 

    

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