Un humorista americano fue preguntado una vez sobre qué es lo que mas amaba en la vida. Esta fue la respuesta: amo a la mujer en primer lugar, el whiskey después; a mi prójimo un poco y a Dios con dificultad¡
Recientemente recordé esto cuando, mientras daba una conferencia, una mujer me preguntó: ¿Por qué nos construye de una manera concreta y después casi todo el tiempo espera de nosotros que actuemos en el sentido contrario a nuestros instintos? Entendí lo que decía. Parece que nuestras tendencias naturales y deseos espontáneos están en desacuerdo con aquello a lo que supuestamente están dirigidos, o sea, Dios y la vida eterna. Desde una perspectiva religiosa, podría parecer, que se nos llama a revertir el orden descrito por aquel humorista americano, esto es, estamos para amar primero a Dios, luego a nuestro prójimo en la misma profundidad, y después ordenador a un rol muy subordinado estarían los placeres humanos. Pero esto no es lo que sucede la mayor parte del tiempo. Generalmente somos atraídos y atraídos poderosamente, hacia las cosas de esta tierra: otra gente, el placer, las cosas bellas, el sexo, el dinero, el confort. Todo esto aparentemente tiene más tirón que las cosas de la fe y la religión.
¿No pone todo esto en desacuerdo a nuestro sentimientos naturales con lo que Dios quiere que sintamos y hagamos?
La pregunta es buena y desafortunadamente, frecuentemente se responde como si fuera un dilema profundo. A menudo se nos dice que no deberíamos sentir de esta manera, que no poner a Dios y las cosas religiosas en primer lugar en nuestros sentimientos es una falta religiosa y moral, como si en nuestra estructura natural fuera algo totalmente erróneo y nosotros fuéramos los responsables de dicho desperfecto. Pero esta respuesta es al mismo tiempo simplista y perjudicial, porque malentiende el designio de Dios como si descansara sobre nuestro sentimiento de culpa, y nos mantiene en un sentimiento bipolar entre nuestra estructura natural y las demandas de la fe.
¿Cómo podemos reconciliar la aparente incongruencia entre nuestra estructura natural y lo que Dios quiere de nosotros?
Debemos entender los instintos y deseos humanos a un nivel más profundo. Podríamos empezar con la memorable frase de San Agustín: Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones no descansan hasta que no descansen en ti. Cuando analizamos nuestra la estructura natural de nuestros instintos y deseos con mayor profundidad nos damos cuenta de que todo definitivamente tura de nosotros más allá de los placeres y las cosas inmediatas que parecen que nos obsesionan. Nos conducen persistentemente e incesantemente hacia Dios.
Karl Rhaner intenta explicarnos esto haciendo una distinción entre lo que deseamos explícitamente y lo que deseamos implícitamente. Nuestros instintos y deseos naturales nos inclinan hacia varias cosas explicitas: amor a otras personas, amistas con alguien, una pieza de arte o música, una vacación, una película, una buena comida, un encuentro sexual, un compromiso honorable, un evento deportivo, y otras muchas incontables que al menos en la superficie pudiera parecer que no tienen nada que ver con Dios e incluso conducirían nuestra atención lejos de Dios. Pero, como Rhaner muestra y es evidente en nuestra experiencia, en cada uno de estos deseos explícitos está presente implícitamente por debajo del deseo como su parte más profunda el anhelo de perseguir algo más profundo.
Definitivamente anhelamos la profundidad que fundamente a toda persona y objeto, Dios. Por citar uno de los más gráficos ejemplos de Rhaner, un hombre obsesionado con el deseo sexual que busca una prostituta está, implícitamente, buscando el pan de vida, independientemente de la crasa superficialidad de su intento.
Dios no cometió un error al diseñar los deseos humanos. La intención de Dios está escrita en el ADN del deseo en sí. Fundamentalmente nuestra estructura nos lleva a Dios, ni importa cómo de obsesivo, terreno, libidinoso y pagano sea el deseo que aparezca cualquier día. La naturaleza humana no está en contradicción con la llamada de la fe, de ninguna manera.
Por otra parte, esos poderosos instintos dentro de nuestra naturaleza, que pueden parecer tan egoístas y amorales a veces, tiene su propia inteligencia moral y propósito, nos protegen, hacen que busquemos aquello que nos mantiene con vida, y, no definitivamente, aseguran que el género humano se perpetúe a si mismo. Finalmente, Dios también puso en nosotros esos instintos terrenos para presionarnos a disfrutar de la vida y probar sus placeres – mientras Dios, como un abuelo mientras vigila a sus hijos cuando juegan permanece feliz tan solo viendo a sus nietos disfrutando del momento, sabiendo que más adelante habrá tiempo suficiente cuando la pena y la frustración forzarán esos deseos a centrarse en cosas más profundas.
Cuando analizamos con profundidad el diseño hecho por Dios de la naturaleza humana y nos entendemos a nosotros mismos con mayor hondura como parte de ese diseño, nos damos cuenta en un nivel más profundo que nuestros sentimientos superficiales, y en el nivel más hondo que la pura broma que hacemos con nosotros mismos, de hecho, amaos a Dios como lo mejor; amamos a nuestro prójimo bastante más; y, con mucha felicidad, amamos el whiskey y los placeres de la vida también un poco más.