‘Flor sin defensa’: Prologo I

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    Palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo, página a página, capítulo a capítulo, he ido coronando la cima de cada Calvario. Y, creedme, la ascensión no ha sido  fácil., sino fatigante y dolorosa. En ella he encontrado peldaños elevados, sendas extremadamente estrechas, curvas tortuosas y sin visibilidad, riscos escarpados aparentemente inaccesibles. Tuve a veces la impresión de ver desprenderse de lo alto de los Calvarios  aludes, cataratas,  aluviones de agua, de barro; también de sufrimientos, de gritos desgarradores, de lágrimas, de sangre, de desamores, de muertes.

     Pero he de confesaros que lo que más dolor me ha producido, -creo que más bien era angustia-, fue el contemplar a miles y miles de seres humanos: ancianos y niños, jóvenes y madres solteras o abandonadas, familias enteras, condenados a muerte por la misma existencia, subiendo penosamente, casi extenuados, las rampas de los calvarios, Cargaban sobre su tristeza las cruces de sus trágicas vidas. Sentí, como el Cireneo,  la llamada a ir ayudando a unos y a otros a llevar sus cruces; pero eran tantos y tantos y tantos que se me caía el alma a los pies vencido por la imposibilidad de ayudar a todos.

    Y de cuanto vi en las cimas de los Calvarios ¡qué deciros!.  Tengo miedo de iniciar la descripción de las escenas que contemplé. No, no las describiré. Prefiero que vosotros mismos las visualicéis con vuestros ojos y las analicéis con vuestro corazón. Solamente os diré que en mi ser se amontonaron multitud de sentimientos: conmoción, estremecimiento, desgarro, tristeza, dolor, impotencia, abatimiento, rabia evangélica, ira contenida y hasta venganza. Todos estaban ahí, confusos y agitados, como en una batidora-mezcladora de sueños y de realidades, de vidas y de muertes, de pensamientos y de deseos, de logros y de fracasos.

    Menos mal, que uno es cristiano y en medio de tantos crucificados pude percibir al Crucificado. Él puso luz en medio de tanta tiniebla y serenidad  en medio de tanta conmoción. ¡Cómo no escuchar de labios del Redentor: “Padre, por qué me has abandonado”… “Perdónalos porque no saben lo que hacen”… “Estarás conmigo en el Paraíso”… “Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu madre”…Yo podía  tocar con el dedo del alma el misterio de la Redención prolongada en el tiempo, la caricia de la paz para la humanidad entera, el sueño de la justicia para los oprimidos y crucificados, la Resurrección definitiva para la creación entera que, encarnada en el ser humano, gime con dolores de parto.