
Por la referencia al jardín florecido, me viene a la memoria el indio Juan Diego, a quien visitó Nuestra Señora en Guadalupe. Como no le creyeron cuando lo contó, debió demostrar al obispo que era verdad lo que decía, y lo hizo llevándole rosas, cuando era pleno invierno. El pequeño indígena pudo cumplir con la exigencia del monseñor, porque la Virgen hizo florecer la rosaleda en el mismo lugar donde se le mostraba y donde deseaba la construcción de una iglesia.
Todos conocemos el hecho. Contento Juan Diego de llevar guardadas en su tilma las flores que le exigía el obispo, se presentó en palacio, donde le hicieron esperar un buen rato.Por fin recibido en audiencia, se le pidió que demostrara la verdad. Y cuando abrió la tilma para mostrar las flores, lo que apareció fue el grabado de Nuestra Señora con signos aztecas.
Hoy, la Virgen María sigue siendo la Flor de Pascua, el anuncio más auténtico que nos da el mismo Dios de su próxima venida como Redentor del mundo, y como transformador del desierto y del yermo en tierra que mana leche y miel, en prado florecido.




