Nuestra historia de amor entra dentro de un camino espiritual que, como dice el salmo, empezó dentro de «las entrañas de mi madre»; es un camino educativo, guiado, animado y enseñado por ese gran educador que es Dios. Lo que queremos decir es que nuestra relación no surgió de la nada y menos de la espiritualida como pareja: echando una mirada atrás, nos vamos dando cuenta de la importancia que han tenido nuestras experiencias anteriores y que si hoy somos lo que somos y vivimos nuestra vida de esta forma es también gracias al camino recorrido hasta ahora.
Desde esta perspectiva nuestra vivencia espiritual personal de solteros evolucionó de forma completa al entrar uno en la vida del otro; el hecho de tener tan cerca a la persona amada-amante implica cambiar totalmente los esquemas de relaciones humanas y, cómo no, la visión espiritual. Se abría un camino nuevo, a veces difícil pero animados siempre por la constante presencia del Dios-educador; como ¡os discípulos de Emaús, desde el principio nos hemos sentido acompañados y guiados por Él y en los momentos de más confusión Él era el que daba sentido y alegría a nuestros esfuerzos.
La espiritualidad que vamos construyendo es una espiritualidad muy encarnada, muy cotidiana, doméstica: viviendo en la perspectiva de que cada uno de nosotros se siente llamado a ser la imagen del amor de Dios para el otro y para el prójimo, casi todo se convierte en significación de ese Amor. Los gestos, las miradas, las decisiones que se toman, la forma de preparar una comida, las relaciones sexuales, la forma de hablar o discutir, la implicación a nivel social y político, todo se ve impregnado de esa formo de hacer típica de Dios que tiene unos ejemplos claros en María, José-y Jesús.
Cuanto más cerca estamos del Educador, más claro vemos el camino y la forma de hacerlo (aunque a veces te asustes por la claridad del mensaje y por lo que te sientes llamado a hacer), mientras que en los momentos de alejamiento, de desierto, todo se vuelve gris, la relación pierde «chispa», alegría, locura y las tensiones se hacen más fuertes: en pocas palabras, cuando nos falta la presencia de la Palabra de Dios, de la vigilia con Él todo se convierte en algo opaco, pues nos falta sentir la presencia del Espíritu que es lo que realmente anima y hace ver las cosas mucho más factibles y sencillas de lo que son.