El sacerdote, pan entregado.

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 Han pasado tres meses desde que Papa Benedicto XVI inauguró el año sacerdotal y yo no he escrito nada al respecto. Al considerar qué podía compartir con ustedes sobre la vida y ministerio del sacerdote me vino al pensamiento la imagen del pan y una sencilla experiencia vivida estas vacaciones en España. Recorriendo las calles de mi pueblo, observaba los muchos cambios y mejoras realizadas. Pero también me encontré con casas que permanecen tal como las conocí de niño. Entre ellas, a treinta metros de la casa paterna, un horno de hacer pan. Es una pequeña edificación con las paredes de piedra y el tejado de teja, adosada a la casa de sus propietarios. Se pedía turno para amasar y se pagaba con un “panete”. Quiero servirme de esta imagen de pan para decirles algo sobre el sacerdocio.

(JPG)  El pan es trigo molido, amasado y cocido para ser comido, no es un objeto de adorno que se guarda en un cofre. La razón de ser del pan es ser dado en alimento. El pan es feliz cuando desaparece dándose para alimento del hombre. El pan está diciendo “cómeme”.

 Jesucristo, en hermosa expresión del teólogo protestante Bonhoeffer, es “el ser para los demás”. En el origen del envío de Jesucristo está el amor del Padre que nos lo da: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”. El mismo Jesús en la Última Cena, tomando el pan dijo: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo entregado”. Y estas palabras son el reflejo de toda su vida. Él pasó haciendo el bien a todos, tan entregado que no tiene tiempo ni para comer, tan entregado que “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (San Pablo).

 El sacerdote no es ordenado como tal para beneficio propio sino para servicio de los demás. Cuando una persona es buena con los otros decimos que “es un pedazo de pan”, se deja comer de los demás. El sacerdote debe ser como un pan sabroso para los demás. Con sus palabras y gestos está diciendo “aquí me tienen, a su servicio, sepan que cuentan conmigo, con mi persona, con mi tiempo. He sido “ordenado” para el servicio, para la disponibilidad”.

 Cuando el sacerdote pronuncia en la celebración de la Eucaristía las palabras de Jesucristo en la Última Cena no lo hace como una mera repetición verbal sino en representación del mismo Jesús, por tanto, con su espíritu, sentimientos y actitudes. De esta manera se aplica tambien a sí mismo las palabras “esto es mi cuerpo entregado”. El dinamismo de la representación de Jesucristo en la Eucaristía lleva al sacerdote a reproducir en su vida la entrega de Jesucristo, a hacer de su existencia una existencia para los demás.

 Es cierto que a veces los sacerdotes nos reservamos, que no nos damos del todo. Es nuestro pecado, nuestro egoísmo. Pero la dirección que orienta nuestro sacerdocio es hacernos en Cristo y como Cristo cuerpo (vida) entregado.

(JPG)

San Juan María Vianney

 En definitiva, lo que nos alegra es la certeza humilde y serena de que es Cristo mismo quien se da a través de nuestros gestos, de nuestro servicio, de nuestra predicación de la Palabra, del Pan eucarístico que repartimos, del perdón de los pecados que otorgamos, a pesar de nuestras limitaciones y reservas.

 Muchos son los sacerdotes que se han gastado y desgastado por la comunidad, por los pobres. En este año sacerdotal, el Papa nos invita a contemplar el ejemplo del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, en el 150 aniversario de su muerte. El Santo repetía con frecuencia: “el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”. Este amor de Cristo es el que apremia al sacerdote a entregar la vida por los hermanos.

    

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