
María fue también «la benditísima» en cuanto «redimida». El himno de bendición de Efesios evoca también la redención, que los hombres hemos conseguido en Cristo Jesús: «En él tenemos por su sangre la redención, el perdón de los pecados» (Ef 1, 7). En el protoevangelio del Génesis, Dios prometió que la «estirpe de la mujer» aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn 3, 15). La victoria del hijo de la mujer no sucederá sino después de una dura lucha, que determinará toda la historia de la humanidad. María, madre del Verbo encarnado, está en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña a la historia del hombre. Gracias al hijo, la madre es la «victoriosa», la enemistada con la serpiente y la vencedora del pecado (RM, 11). En ningún momento de su existencia pactó la mujer de la que nació el Mesías con el mal. La mujer está asociada en todo a «su descendiente». En ella se cumple aquello de: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya» (Gn 3, 15). María fue de hecho «redimida de modo eminente», en virtud de la riqueza de la gracia del Amado, en razón de los méritos redentores de Cristo su hijo. En Maria se realizó de modo eminente y perfecto la elección para ser santa e inmaculada, gracias a la solidaridad íntima con su hijo. Por esta unión con Cristo, ella quedó preservada de toda mancha de pecado. Así María tuvo en Cristo la redención según la riqueza de su gracia, que se prodigó sobre ella con toda sabiduría e inteligencia.
ORACIÓN:
Dios y Padre nuestro, que ves la situación de la humanidad caída, te agradecemos la redención abundante que nos has dispensado en tu hijo Jesús; te alabamos por haber redimido de modo eminente a una mujer, hermana nuestra, la inmaculada María, para manifestarnos así tu providencia y tu amor hacia nosotros, tus elegidos; presérvanos de todo mal y no permitas que nunca nos separemos de la vida de tu hijo, Jesucristo, nuestro Señor.
 
				 
                    



