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Día 25: EL MAGNIFICAT Y EL DIOS DE MARÍA

José Cristo Rey García Paredes cmf -

Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la obediencia de la fe ahora se maníficat esta como una llama del espíritu, clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe... en ellas se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón (RM, 36).

El evangelista Lucas nos hace ver en el Magnificat qué tipo de relación mantiene María con el Dios que la llama. Dios aparece en el canto de María como «el Señor», «Dios, mi Salvador», «el Poderoso que hace maravillas en favor de ella», «el Santo», «el misericordioso de generación en generación», «el que pone sus ojos en la humillación de su esclava». Este Dios, trascendente y cercano, no aparece como Dios Padre, pero sí como un Dios de gracia, especialmente volcado hacia los más pobres y humillados; fija en ellos su rostro y quiere instaurar el Reino para traerles liberación, alegría. El Dios a quien María reconoce en el Magníficat no es el Padre, no es el Esposo. No establece con él una relación filial o esponsal, sino de profunda dependencia y obediencia, como expresan los términos «Señor-esclava», «Salvador-humillación», «grandeza-pequeñez», «Poderoso-impotencia». El Dios de María es, sobre todo, el libertador, el salvador, el Dios del Reino. María se siente vocacionada para participar en ese acontecimiento. Ha de colaborar con su maternidad a la venida del Reino de Dios. Cuando la Iglesia pronuncia el Magníficat y se identifica con los sentimientos más íntimos de María, «llega a la verdad sobre el Dios de la alianza» (RM, 37). En el Magníficat, María, y con ella la Iglesia, proclama la verdad sobre Dios; verdad no ofuscada por la duda, la sospecha; verdad que nace de un agraciamiento, acogido sin reservas. El Magníficat no es el canto de la primera Eva. Sólo puede ser colocado en la boca de la segunda Eva.

ORACIÓN

Padre, Abbá, que prefieres revelar tus misterios a los pequeños y que manifestaste toda tu interioridad a María, la primera entre los pequeños; concédenos un corazón humilde, sencillo, como a ella, para que podamos llegar a conocer tu verdad y a vivir sólo para ti y para tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

    
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