«El Señor está cerca de los atribulados» respondemos hoy en el salmo responsorial. Y es, sin duda, una gran certeza. Quien ha perdido toda seguridad encuentra en Dios la seguridad insegura de quien cuida su vida. La tribulación no es imprescindible para encontrar a Dios y, por supuesto, nuestro Dios no goza con que sus hijos estén atribulados. Pero qué gran verdad es que la conciencia de necesidad abre las entrañas de la fe y la visión del corazón para llegar a Dios. No es Dios una necesidad para quienes se creen satisfechos o confortados con los resultados que la vida les proporciona, pero sí es el padre que comprende y conforta toda inquietud e incógnita que en su vivir encuentran sus hijos. Nuestra humanidad camina evidentemente hacia Dios. Lo hace en conjunto, con muchos signos de fraternidad y consuelo; con anti signos de egoísmos y autodestrucción. Los cristianos somos aquellos que subrayamos los signos de bien y búsqueda y quienes con el testimonio de nuestra propia vida, conscientes de la debilidad, decimos a toda la humanidad que la dificultad, debilidad y pecado nos acercará al encuentro con quien es la salud del mundo.
Oración
Que seamos, Señor, manos unidas en oración y en el don. Unidas a tus Manos en las del Padre, unidas a las alas fecundas del Espíritu, unidas a las manos de los pobres. Manos del Evangelio, sembradoras de Vida, lámparas de Esperanza, vuelos de Paz.