Bienvenidos al Rincón de Juan, comentario al Evangelio del Tercer Domingo de Pascua, 4 de mayo.
«¡Es el Señor!» fue el grito de Pedro al reconocer a aquel a quien daban por desaparecido. Venimos comentando que no fue fácil para los discípulos reconocer a Jesús resucitado, porque fue un proceso lento de abrir los ojos del corazón, los ojos del interior. No se produjo ese reconocimiento de manera automática o instantánea en ninguno de los relatos de encuentro con el Resucitado.
Y es que necesitamos confianza para poder echar las redes a la derecha de la barca, como indica hoy Jesús a sus discípulos, después de estar toda la noche trabajando sin pescar nada.
Qué bello es este relato de la aparición de Jesús junto a la orilla del lago. Es bello porque, si os fijáis, dentro de la hermosura del encuentro, por tres veces Jesús le pregunta a Pedro:
«Pedro, ¿me amas?»
Lo hace para anular las tres negaciones que Pedro había hecho durante la Pasión del Señor. La resurrección supuso para Pedro experimentar el perdón de Jesús, experimentar el amor:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Y también experimentar la misión:
«Apacienta mis ovejas.»
Tú eres Petrus, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Precisamente, el cónclave es lo que va a hacer: elegir al sucesor de Pedro. Es la fuerza de la resurrección la que nos tiene que alcanzar, esa onda expansiva en este tiempo de Pascua, para que, como Pedro, Tomás, los hijos del Zebedeo y los discípulos que estaban en ese encuentro donde Jesús hoy se aparece, también a nosotros nos llegue esa restauración, esa vida, ese amor, esa misión.
Y también el Señor hoy nos pregunta a ti y a mí, por nuestro nombre:
«¿Me amas?»
Estamos invitados a dejarnos alcanzar por este efecto. Estamos invitados a echar nuestras redes a la derecha de la barca, es decir, a trabajar confiadamente, sabiendo que el Señor realiza con nosotros esa pesca, ese trabajo.
Estamos invitados, en este tiempo de Pascua que es un tiempo de alegría, a decirle a Jesús:
«Señor, tú sabes que te quiero. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Para qué me necesitas?»
Si os fijáis en el relato de los Hechos de los Apóstoles —que estamos meditando como primera lectura en estos días de Pascua— los discípulos han sido alcanzados por los efectos de la resurrección y siguen anunciando a Cristo resucitado, a pesar de las amenazas y prohibiciones serias que recaen sobre ellos. Y no pierden el valor ni la alegría, porque el amor que llevan dentro, esa fuerza de la resurrección, es más fuerte que todo temor.
Ojalá también nosotros podamos vivir en esta clave: de sentirnos tocados en el corazón por esta fuerza de gracia de la resurrección, que es Cristo.
Hemos celebrado el pasado día 1 de mayo el Día Internacional del Trabajo, con motivo de la festividad de San José Obrero. Y celebramos hoy también el Día de la Madre, en este primer domingo de mayo.
Vamos a pedir al Señor por los derechos de todos los trabajadores, cada vez más vulnerados. Y vamos a pedir también por todas las madres, y por aquellas que están llamadas a serlo, para que puedan ejercer con vocación de entrega y de alegría su vocación de madre.
Feliz Tercer Domingo de Pascua.