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2. Peregrinar hacia la Puerta Santa

Fernando Prado, cmf -

Comenzar un Jubileo es emprender un camino. La Iglesia nos invita a hacer una verdadera peregrinación. Un itinerario a realizar de acuerdo a las propias fuerzas de cada uno. Lo importante es salir de donde estamos y dirigirnos hacia la meta anhelada. El Jubileo es, antes que nada, un viaje interior.

El papa Francisco ha hablado en diversas ocasiones de lo importante que es comenzar procesos, encaminándose hacia una meta o un horizonte. Es casi más importante realizar el camino y vivirlo que querer conquistar inmediatamente el destino final del mismo (Cf. EG 223). Y en esto, no hay que tener prisa. Nuestra peregrinación en el año Santo ha de ser un verdadero camino espiritual que nos lleve hacia una vida nueva en la que, tras haber alcanzado la misericordia, el perdón y la indulgencia, nos dispongamos a vivir de forma que la misericordia recibida pueda ser vivida hacia los demás de una forma comprometida y duradera en el tiempo.

Durante el año Santo haremos el signo de peregrinar y cruzaremos la Puerta Santa, bien sea en Roma, en las basílicas pontificias, o en los lugares dispuestos en las distintas diócesis para la ocasión (Catedrales, santuarios, templos...)- Pero lo importante es, como decimos, realizar ese itinerario «por dentro».

Cruzar la Puerta Santa es un momento importante de la realización de la Peregrinación, que es signo peculiar en el año Santo. Un signo de que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. Así, «la peregrinación se convierte en verdadero estímulo para la conversión», nos dice el Papa. «Atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás, como el Padre lo es con nosotros» (MV 14).

Hay personas que, por diversos motivos, no pueden acudir o peregrinar a Roma, ni siquiera a los lugares establecidos en sus propias diócesis para atravesar la puerta. El Papa también las ha tenido en cuenta y no quiere que se vean privadas del jubileo. Personas mayores, tal vez solas, con problemas de movilidad o de autonomía; personas con distintas enfermedades, o incluso privadas de libertad. Todos estamos llamados al jubileo y a todos se nos concede la oportunidad. Quien no pueda hacer esa peregrinación física, la hará de otra manera. Atravesar el umbral de la celda en una prisión, también puede ser para un preso símbolo de atravesar la Puerta Santa. Todo dependerá de la verdad, del arrepentimiento y de si se ha realizado realmente ese «camino interior» hacia la misericordia.

Lo importante es realizar lo que los signos significan y estar conectados con lo que estamos viviendo como creyentes, como Iglesia que camina, ora y celebra. Los diferentes medios de comunicación nos permitirán superar en cierta medida algunas de esas limitaciones que la soledad o la enfermedad nos imponen.

Cruzar el umbral de la Puerta Santa nos ha de llenar de paz. Es la paz de quien se sabe perdonado en lo profundo y transformado por la misericordia del Padre. Pero en verdad, la puerta no es solo meta. A su vez es un nuevo comienzo. Al cruzar ese umbral pasamos de un lugar donde estábamos antes, a otro lugar distinto en el que queremos estar ahora y para siempre. Es comenzar una nueva vida marcada por el sello de la misericordia, comprometida con otro modo de vivir.

La vida es un caminar. El hombre es siempre peregrino. Nuestra peregrinación en el Año Santo no es un caminar sin sentido. «No somos náufragos, somos navegantes», como le gusta decir al papa Francisco. Nuestro caminar tiene una pietatis causa, una razón religiosa y de sintonía filial con la Iglesia. No caminamos sin ton ni son. Caminamos a la luz de la invitación de la Iglesia. Ella, que es Madre, es quien nos invita y nos propone un destino: la Misericordia. No dejemos de prepararnos adecuadamente para el camino. No nos perdamos el ser parte de esta gran peregrinación que transformará los corazones de millones de hermanos. Si nos sumamos, podremos sentirnos partícipes y contemplar cómo «la misericordia del Señor llena la tierra» (Salmo 33).

    
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