Las palabras de Jonás, que hoy nos refiere la primera lectura, vuelven a situarnos en este tiempo propicio.

Las palabras de Jonás, que hoy nos refiere la primera lectura, vuelven a situarnos en este tiempo propicio.
La Cuaresma es tiempo de oración, de abrirnos a las mociones consoladoras del Espíritu.
Celebramos hoy la Cátedra de San Pedro, fiesta de comunión con el ministerio con el Papa.
Los viernes de Cuaresma, tienen una especial resonancia, por la memoria de la Pasión de Cristo.
Es tiempo de ternura, de sentimiento, de dejar entrar la mirada del que sufre, del hambriento o el marginado
Una circunstancia temporal se convierte en llamada a interrumpir nuestra posible inercia.
Dios no improvisa; su acción sigue un plan providente, diseñado desde antiguo. En Abraham, en David y en los profetas se adelantan los últimos tiempos, y cobran sentido desde el acontecimiento de la Encarnación.
Uno de los dones que debemos cuidar es el de la sensibilidad de la conciencia. La peor enfermedad es la que se sufre y se ignora. La percepción de haber pecado puede llevar a diferentes reacciones; las más adecuadas son la humildad y la súplica de perdón.
La Palabra nos advierte del riesgo que corremos, si nuestras afirmaciones no concuerdan con nuestra vida. Si pronunciar un discurso ideológico, sin coherencia, es grave, aún lo es más si ese discurso pertenece al ámbito religioso.
La pedagogía de la Iglesia, al seleccionar el pasaje de la Transfiguración para el segundo domingo de Cuaresma, muestra la clave en la que debemos vivir este tiempo, a la luz de la Pascua.
No podremos defendernos del perdón por argumentar que somos pecadores. Dios es más que nuestro pecado, y está dispuesto a perdonarnos siempre. No podremos creernos seguros en la virtud, y menos jueces de los que parecen malvados, pues cabe que nosotros caigamos y ellos se arrepientan.