
Lidiando con el "Complejo de Caín"
Tenemos en nuestros corazones algo de la envidia y amargura de Caín y tenemos nuestras manos algo manchadas de sangre. También nosotros, como Caín, hemos asesinado por celos, envidia y amargura.
Como cristianos, creemos que llevamos la imagen de Dios en nosotros y esta es nuestra más profunda realidad. Hemos sido creados a imagen de Dios. Pero concebimos esta imagen de una forma demasiado ingenua, romantica y piadosa. Imaginamos que en algún lugar dentro de nosotros hay un bello icono de Dios estampado en nuestras almas. Puede ser, pero Dios, tal y como afirma la Escritura, es más que un icono. Dios es fuego -libre, infinito, inefable, incontenible.
(Ron Rolheiser, OMI)
Tenemos en nuestros corazones algo de la envidia y amargura de Caín y tenemos nuestras manos algo manchadas de sangre. También nosotros, como Caín, hemos asesinado por celos, envidia y amargura.
La oración resulta fácil solamente a los principiantes o a los ya santos. Durante todos esos largos años intermedios, la oración es difícil.
Las leyes matemáticas y físicas han sido siempre una de nuestras mayores constantes. No cambian, son previsibles y fiables, no propensas a extrañas sorpresas. Pero ahora, cada vez más, los científicos se están percatando de que incluso las leyes físicas a veces ofrecen sorpresas inesperadas y muestran una libertad que nos deja perplejos.
La soledad consiste en estar suficientemente dentro de tu propia vida, de forma que puedas experimentar realmente lo que allí se esconde.
Pero eso no es fácil. Es raro que nos encontremos a nosotros mismos dentro del momento actual.
¿Tiene, pues, Dios preferidos o favoritos? Sí, pero no entre personas diferentes, sino entre diferentes actitudes y estados de ánimo dentro de nuestras propias almas.
Como la mujer que perdió una moneda, como el pastor que había perdido una oveja, y como el padre del hijo pródigo y del hijo mayor, tampoco nosotros habríamos de descansar fácilmente cuando percibimos que otros están separados de nosotros.
No huyas de la soledad. No la mires como tu enemiga. No busques a otra persona para que cure tu soledad. Percibe la soledad como una vía privilegiada hacia la profundidad y la empatía.
Hay una buena razón por la que espontáneamente nos sentimos incómodos frente a gestos patentes de intimidad que pretenden realmente expresar emoción personal.
Estamos en manos seguras -en las de Dios-, manos mucho más amables que las propias nuestras. Podemos fiarnos de Dios, y en ningún otro lugar o en ningún otro momento es esto más conmovedor que en el hecho del suicidio.
Algunas veces la gente de iglesia intenta señalar una cuestión moral concretacomo la prueba definitiva para determinar si alguien es o no es verdadero seguidor de Jesús. Si hubiera de existir una verdadera prueba definitiva que muestre al genuino seguidor de Jesús, ojalá fuera ésta: ¿Puedes seguir amando a los que te malinterpretan, a los que se te oponen, te son hostiles y te amenazan – sin sentirte paralizado, endurecido o condescendiente?
Hay un cansancio que no se puede curar sólo con un buen sueño, con unas buenas vacaciónes o con un tiempo en compañía de los amigos adecuados y con el vino adecuado. Se trata del cansancio más profundo dentro de nosotros.
Mi padre murió cuando yo tenía veintitrés años; yo entonces era seminarista, inmaduro todavía, aprendiendo aún las malicias la vida. A cualquier edad es duro perder a tu padre, pero mi pena aumentó por el hecho de que justamente había yo comenzado a apreciarle.
Somos un pueblo obsesionado con la apariencia, con la imagen. Para nosotros, por lo general, es más importante parecer bueno que efectivamente serlo, parecer sano que estar sano, decir cosas correctas y apropiadas que hacerlas y practicarlas.
En todas partes se nos advierte sobre los peligros de hacer algo simplemente porque es un deber, que hay algo que va mal cuando los movimientos del amor, oración o servicio se vuelven rutinarios. ¿Por qué hacer algo si no tienes puesto en ello tu corazón?
Después de que Jesús alimentó a una muchedumbre de más de cinco mil hombres con dos panes y cinco peces, pidió a sus apóstoles que recogieran las sobras, esparcidas aquí y allá en el suelo.
Hace veintiocho años, cuando comencé a redactar esta columna, escribí un trabajo que titulé “Atando y desatando dentro del Cuerpo de Cristo”. Entre todos los artículos que he escrito en todo este tiempo, éste fue probablemente el que más reacciones provocó.
No todos pueden explicar lo que significa para ellos la cruz o por qué decidieron llevarla; pero la mayoría siente básicamente que es un símbolo, quizás el símbolo más fundamental de profundidad, de amor, de fidelidad y de fe.
Tenemos que estar abiertos a una nueva empatía hacia aquellos cuya iglesia es diferente de la nuestra y a una comprensión más amplia de lo que significa pertenecer a una confesión o religión particular.
Es triste que tendamos a definir hoy la vida y su significado casi únicamente basados en la salud, productividad, ganancias o beneficios, y en lo que podemos contribuir activamente en beneficio de otros.
Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía.