En el exilio

Virtud y pecado
Existe un axioma que dice: Nada se siente mejor que la virtud. Eso es muy cierto, pero tiene su contrapartida. Cuando obramos el bien, nos sentimos bien con nosotros mismos. En verdad, la virtud es su propia recompensa, y eso es bueno. Sin embargo, de sentirse virtuoso, pronto se puede pasar a sentirse farisaico. Nada se siente mejor que la virtud; pero el fariseísmo también se siente bastante bueno.

De ganadores y perdedores
Nuestra sociedad tiende a dividirnos en ganadores y perdedores. Desgraciadamente, no reflexionamos con frecuencia sobre la manera como afecta esto a nuestras relaciones mutuas ni lo que significa para nosotros como cristianos.

Acoger al forastero
En las Escrituras Hebreas, esa parte de la biblia que llamamos el Antiguo Testamento, encontramos un fuerte desafío religioso a acoger al forastero, al extranjero. Esto fue recalcado por dos razones: Primera, porque, en otro tiempo, el pueblo judío mismo había sido extranjero e inmigrante. Sus escrituras continuaron recordándoles que no olvidaran eso. Segunda, ellos creían que la revelación de Dios, casi siempre, nos viene a través del forastero, en lo que es foráneo a nosotros. Esa creencia era integrante de su fe.

Moralización amargada
Uno de los peligros inherentes a intentar pasar toda una vida de fidelidad cristiana es que somos propensos a volvernos moralizadores amargados, hermanos mayores del hijo pródigo, airados y celosos de la supergenerosa misericordia de Dios, amargados de que las personas que se descarrían y se pierden puedan acceder tan fácilmente a la mesa del banquete celestial.

El poder de Dios como impotencia
El novelista y ensayista francés Léon Bloy hizo una vez este comentario sobre el poder de Dios en nuestro mundo: “Parece que Dios se ha condenado hasta el fin de los tiempos a no ejercer ningún derecho inmediato de amo sobre criado ni de rey sobre súbdito. Podemos hacer lo que queremos. Él se defenderá sólo por su paciencia y su belleza”.

Acedia y Sabbat
Los primeros monjes cristianos creían en algo que llamaban Acedia. Más coloquialmente, lo llamaban El diablo de mediodía, un nombre que describe esencialmente el concepto.
Milagros verdaderos
Ralph Waldo Emerson llama a las estrellas del cielo nocturno “mensajeras de belleza, que iluminan el universo con su asombrosa sonrisa” y opina que, si aparecieran durante una sola noche cada mil años, estaríamos de rodillas en adoración y alimentaríamos el recuerdo durante el resto de nuestras vidas. Pero, dado que se presentan cada noche, el milagro pasa mayormente inadvertido. Vemos la televisión en vez de eso.
La María de la Escritura y la María de las devociones
Existe un axioma que dice: Los católicos romanos tienden a adorar a María, mientras que los protestantes y los evangélicos tienden a ignorar a María. Ninguna de las dos tendencias es la ideal.
Dolor
Nuestra cultura no nos da fácil permiso para llorar. Su característica subyacente es que pasamos rápidamente de la pérdida y el daño, mantenemos nuestras penas en silencio, permanecemos siempre fuertes y seguimos con la vida.
Removiendo las humeantes cenizas de nuestra fe
Cualquiera que haya visto alguna vez un fuego sabe que, en un momento, las llamas decrecen y desaparecen en humeantes carbones que al fin se enfrían y se convierten en fría y gris ceniza. Pero hay un momento en ese proceso, antes de que se enfríen, en el que los carbones pueden ser removidos como para hacerlos romper en llamas de nuevo.
Ser el discípulo amado
El Evangelio de Juan nos presenta una imagen muy expresiva y más bien misteriosa y terrena: Cuando Juan describe la escena de la Última Cena nos dice que, mientras estaban a la mesa, el discípulo amado tenía reclinada su cabeza en el pecho de Jesús.