
Transfiguración y trashumanismo
La palabra « transfiguración » con la cual describimos la fiesta que hoy -6 de agosto de 2020- celebramos, me recuerda otra palabra que hoy se repite cada vez más. ¡Es la palabra “trans-humanismo”!
La palabra « transfiguración » con la cual describimos la fiesta que hoy -6 de agosto de 2020- celebramos, me recuerda otra palabra que hoy se repite cada vez más. ¡Es la palabra “trans-humanismo”!
Leemos y escuchamos durante estos días muchos pronósticos respecto al Post-Coronavirus: unos rebosan optimismo, otros escepticismo, otros pesimismo. El Evangelio de este día nos ofrece una clave alternativa, por parte de Jesús. Y es válida también para la Iglesia y sus comunidades.
Pasó el tiempo de los apasionados ateísmos. Pasó también el tiempo de las apasionadas defensas de Dios. Hoy se habla poco de Dios. El número de los no-creyentes sigue creciendo en los países hasta ahora llamados cristianos.
Hay pensadores que tienen una visión positiva de nuestro tiempo. No niegan sus problemas, sus dificultades, sus fallos. Pero son capaces de mostrar cómo nos encontramos en la “época del espíritu”. Espíritu se puede escribir con mayúscula o minúscula.
Creo que Stuart Mill fue quien dijo: “un estado que empequeñece a sus hombres, para que puedan ser más dóciles en sus manos, hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada”. Hoy podríamos decirlo de otra manera; tal vez, con más acritud. La sociedad que empequeñece a sus hombres, nunca realizará obras grandes.
Solo una persona con ojos puede ver los colores. Solo una persona con oídos puede disfrutar de los sonidos. Solo una persona con espiritualidad -con una visión espiritual despierta- puede descubrir el universo y todas las cosas en él como un “juego divino”.
Es un texto impresionante. San Pío X, papa, se lo ofreció a la Iglesia. Hoy, día de su memoria, conviene recordarlo, meditarlo. Es una invitación a participar con toda nuestra atención y cordialidad en ese gran coro polifónico e incesante de la Iglesia, en esa sinfonía divino-humana inacabable, que resuena en nuestro mundo todos los días, a todas las horas y en los lugares más insospechados.
Con motivo del próximo Sínodo sobre los Jóvenes del siglo XXI deseo, ante todo, tratar de hacerme cargo de quiénes son, cómo viven, qué posibilidades hay en ellos y ellas de acceso a la experiencia religiosa. Más todavía, intento reflexionar sobre ese fenómeno -que a tantos desalienta- de las aparentemente pocas posibilidades de que la juventud siga de forma coherente el camino del Evangelio y más específicamente el camino de la vida consagrada o de la vida ministerial-sacerdotal, como su propio camino vocacional. Hay quienes se alarman ante el despego que no pocos jóvenes de nuestro tiempo muestran hacia la religión, hacia la iglesia, sus instituciones y su moral.
También hay metamorfosis de la vida religiosa. Es lenta, a veces desesperadamente lenta. Poco a poco vamos cambiando de forma. Se trata de un reajuste casi total. Esperamos ese momento de gracia, momento sorprendente, en que, todos nuestros gusanos de seda se conviertan en mariposas y comencemos un nuevo ciclo, otra historia.
Nos encontramos en situaciones conflictivas más veces de las que desearíamos. Acontecen en los ámbitos más variados: conflictos en la política (polarización de partidos que se niegan a dialogar y entenderse y generan enfrentamientos de consecuencias incalculables, irreversibles), ...
Nos encontramos con situaciones conflictivas con más frecuencia de las que desearíamos. Acontecen en los ámbitos más variados: conflictos en la política (polarización de partidos que se niegan a dialogar y entenderse y generan enfrentamientos de consecuencias incalculables), conflictos de identidades nacionales (que se vuelven cada vez más virales y generan guerras psicológicas e incluso armadas)...
Sí, todos llamados a ser místicos, no sólo unos pocos privilegiados; porque, como mantienen con rotundidad nuestros grandes santos, la vida mística no consiste ni en desear ni en experimentar fenómenos extraordinarios, sino en asumir un estilo de vida que permita «encontrar a Dios en todas las cosas,
En la bula “Misericordiae Vultus” el Papa Francisco nos invita a celebrar el Sacramento de la Misericordia. Y ofrece también indicaciones muy precisas para que los Confesores lleguen “a serlo” de verdad según el estilo de las parábolas del Padre del Hijo Pródigo y del buen Samaritano.
Han sido varios los escritos que en estos últimos tiempos han publicado supuestos datos y documentos sobre la avaricia y el culto al dinero dentro de la Iglesia (el Vaticano, algunas diócesis, algunos institutos religiosos).
De vez en cuando Europa está de luto… muy triste. En miles de hogares hay personas que lloran desconsoladas porque han perdido a quien amaban. ¿Por qué maldición ha de interrumpirse así el derecho a vivir de tantas y tantas personas? ¿Qué demonio está apoderándose de nuestra humanidad en este tiempo atroz?
En el lenguaje eclesiástico hemos olvidado frecuentemente que la esponsalidad y la paternidad o maternidad, el matrimonio, son una auténtica “vocación” humana y cristiana. La reivindicación de su carácter vocacional no deriva del deseo de una cierta “democratización” de la santidad, sino más bien del proyecto de Dios.
Nos falta capacidad innovadora y creativa. Tendemos a repetirnos hasta la saciedad: los mismos tópicos y recursos, las mismas ideas y automatismos. Y cuando llega alguna novedad, se trata de una adaptación meramente superficial –¡puro maquillaje!-. Por eso, da la impresión de que llevamos siglos diciendo y haciendo las mismas cosas. La sensación de aburrimiento se apodera de nosotros.
Es reconocida por todos hoy la importancia de la familia en la misión evangelizadora como parte del Pueblo de Dios, y en la construcción del reino (LG, 34). La familia es fuerza de evangelización, santuario de la vida, don de Dios (Ecclesia in America, n. 46).
La sociedad en la que estamos viviendo no es feliz. Expresión de ello es la indignación de quienes tratan de representar el “sentir de la gente” en los medios de comunicación (artículos, tertulias, entrevistas, manifiestos de partidos políticos). Peor es todavía echar una mirada al Parlamento, escenario del malhumor. ¡Cuánta tristeza, indignación circula por las bancada!
Si nuestros contemporáneos experimentaran la belleza de Dios, ¿se mostrarían ante Él indiferentes? ¿Habría agnósticos? ¿Produciría espanto la religión? No es cuestión de inventarnos ahora a un Dios atractivo. Pero sí, de darnos cuenta, de cómo hay formas de hablar de Dios, de presentarlo, de vivirlo, que para nada lo vuelven atractivo...