Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
En el rito del bautismo cristiano, existe un pequeño ritual que es al mismo tiempo enternecedor e irreal. En un momento del rito bautismal, el niño es envuelto en una vestidura blanca para simbolizar inocencia y pureza. El sacerdote o ministro oficiante dice estas palabras: “Recibe esta vestidura bautismal y consérvala sin mancha hasta el tribunal de nuestro Señor Jesucristo”.
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
Existe un dicho atribuido a Atila el Huno, caudillo del siglo V, infame por su crueldad, que reza de este modo: Para que yo sea feliz, no sólo importa tener éxito; importa también que todos los demás fallen. Sospecho que Atila el Huno no fue el autor de ese dicho; pero no importa, eso nos da una lección.
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
En el musical Los Miserables, hay una canción particularmente obsesionante cantada por una mujer moribunda (Fantine), que ha sido maltratada por casi todas injusticias con que la vida puede golpear a una persona.
Hace cerca de cincuenta años, Henri Nouwen escribió un libro titulado The Wounder Healer (El sanador herido). Su acogida constituyó su reputación como único mentor espiritual, y a continuación llegó a ser uno de los escritores espirituales más influyentes del pasado medio siglo.
La madurez tiene varios niveles. La madurez básica se define como haber superado esencialmente el egoísmo instintivo con el que nacimos, de modo que nuestra motivación y acciones sean ahora determinadas por las necesidades de los demás y no sólo por las propias nuestras.
¿La tierra siente dolor? ¿Puede gemir y gritar a Dios? ¿Puede la tierra maldecirnos por nuestros crímenes? Parecería que sí, y no sólo porque lo dicen los ecologistas, los moralistas y el Papa Francisco. La misma Escritura parece decirlo.
Dios está cargado eróticamente y el mundo está dolorosamente apasionado; de ahí que se abracen uno a otro en mutua atracción y filiación. El filósofo judío Martin Buber hizo esa afirmación, y aunque parece repetir perfectamente una frase del párrafo inicial de la autobiografía de san Agustín (“Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”) insinúa algo más.
En su libro The Second Mountain (La segunda montaña), David Brooks sugiere que una clave para mantener la fidelidad en cualquier vocación es construir una estructura de comportamiento para esos momentos en que el amor titubea. Tiene razón.