A finales de noviembre de 1982, cuando era un estudiante graduado en Lovaina, Bélgica; empecé a escribir esta columna. ¡De eso hace ya treinta años!
A finales de noviembre de 1982, cuando era un estudiante graduado en Lovaina, Bélgica; empecé a escribir esta columna. ¡De eso hace ya treinta años!
En una conferencia reciente, enfaticé cómo Jesús conmocionó a la gente de igual manera tanto en su capacidad de disfrutar a fondo su vida, como en su capacidad para renunciar a ella y entregarla.
Muchos son los esposos en el matrimonio, muchos son los hijos en la familia, muchos son los amigos, y muchas son las iglesias los que desearían que alguien a quien aman y de quien necesitan más atención, estuviera menos ocupado.
Hace algunos años, una amiga mía estaba enfrentándose con el nacimiento de su primer hijo. Aunque estaba contenta porque estaba a punto de ser madre me confesó abiertamente sus temores acerca del proceso real de nacimiento, el dolor, el peligro, lo desconocido.
Todos estamos poderosa, incurable, y maravillosamente sexuados, lo cual forma parte de una conspiración entre Dios y la naturaleza. La sexualidad descabsa justo al lado de nuestro instinto de respirar y está siempre presente en nuestras vidas.
Imagínese que es ciego de nacimiento y que esta viviendo en la edad adulta sin haber visto jamás la luz y el color. Entonces, a través de una operación milagrosa, los médicos son capaces de darle la vista. ¿Qué sentiría inmediatamente al abrir los ojos? ¿Asombro? ¿Perplejidad? ¿Éxtasis? ¿Dolor? ¿Una combinación de todo esto?
Vivimos como tribus guerreras opuestas listas para la batalla.
Fundamentalmente, lo que nos enseña José es cómo vivir en amorosa fidelidad.
Cuando la joven mística francesa, Santa Teresita de Lisieux, intentaba explicar su vocación, se refirió a una vivencia interior que le abrasó el alma y que había recibido como don:
La esencia del discipulado cristiano reside en revestirnos del corazón de Cristo.
No hemos perdido totalmente la inocencia; el mundo no es un lugar tan malo como parece.