¿Cuándo nuestra vida está cumplida? ¿En qué momento de nuestras vidas decimos: “¡Eso es todo! ¡Eso es el clímax! Nada que pueda hacer de ahora en adelante superará esto. He dado lo que tengo que dar”?
¿Cuándo nuestra vida está cumplida? ¿En qué momento de nuestras vidas decimos: “¡Eso es todo! ¡Eso es el clímax! Nada que pueda hacer de ahora en adelante superará esto. He dado lo que tengo que dar”?
Yo no quiero morir de ninguna condición médica. ¡Quiero morir de muerte! Eso lo escribió Ivan Illich. ¿Qué se quiere decir aquí? ¿No morimos todos de muerte? Por supuesto, en realidad eso es de lo que todos morimos; pero, en nuestra idea de las cosas, casi siempre morimos de una condición médica o de mala suerte: de cáncer, enfermedad del corazón, diabetes, Alzheimer o como víctimas de un accidente. A veces, por la manera como pensamos en la muerte, morimos de una condición médica.
Shusako Endo, el autor japonés de la novela clásica Silencio (en la cual basó su película Martin Scorsese) fue un católico que no siempre encontró su tierra nativa, Japón, en afinidad con su fe. No fue comprendido, pero mantuvo su equilibrio y buen corazón al situar la levedad en un alto valor.
Recientemente asistí a un simposio donde el ponente principal era un hombre que tenía exactamente mi edad. Como ambos habíamos experimentado en nuestras vidas los mismos cambios culturales y religiosos, me identifiqué con mucho de lo que dijo y con el modo como se sentía acerca de las cosas.
Hace más de cincuenta años, James Hillman escribió un libro titulado El suicidio y el alma. El libro se destinaba a los terapeutas, y Hillman sabía que no recibiría una fácil acogida allí ni en ningún otro sitio. Había razones para eso. Él admitió francamente que algunas de las cosas que proponía en el libro “irían contra todo sentido común, toda práctica médica y la racionalidad misma”.
En un libro, 12 Reglas para la vida: un antídoto contra el caos, que con razón está causando sensación hoy en muchos círculos, Jordan Peterson trata sobre su propio viaje hacia la verdad y la finalidad que tiene la vida. Aquí está esa historia:
A aquellos de vosotros que no sois canadienses, quizá este nombre podría no decir mucho; pero, esta pasada semana, Canadá perdió a uno de sus grandes iconos culturales, Jean Beliveau, un afamado atleta. Murió, y todos los canadienses -incluso este canadiense en el exilio- lloran su muerte.
En 1996, unos extremistas musulmanes martirizaron a casi una comunidad entera de monjes trapenses en Atlas, Argelia. Muchos de nosotros, gracias a una película, “De dioses y hombres”, estamos familiarizados con su historia y también con la extraordinaria fe y coraje con que estos monjes -particularmente su abad, Christian de Cherge- arrostraron sus muertes.
Dios nos ha dado dos iglesias; una se encuentra en cualquier lugar, y la otra, en lugares escogidos. Algunos de nosotros preferimos una de estas y luchamos con la otra, pero ambas son lugares sagrados donde Dios puede ser encontrado y adorado.
No es ningún secreto que hoy día ha habido una masiva caída en la asistencia a la iglesia. Por otra parte, esa caída no corre pareja con el mismo difundido aumento en ateísmo y agnosticismo. Al contrario, más y más gente afirma ser espiritual pero no religiosa, llenos de fe pero no asistentes a la iglesia. ¿Por qué se da este éxodo de nuestras iglesias?
La literatura espiritual ha destacado siempre la primordial lucha entre el bien y el mal, y esto ha sido entendido generalmente como una guerra, una batalla espiritual. Así, como cristianos, nos han advertido de que debemos estar vigilantes contra los poderes de Satanás y otras varias fuerzas del mal.