Tendemos a alimentar una cierta ingenuidad sobre lo que significa la fe ante la muerte. La opinión común entre nosotros como cristianos es que, si alguien tiene una genuina fe, deberá poder enfrentarse a la muerte sin temor ni duda.
Tendemos a alimentar una cierta ingenuidad sobre lo que significa la fe ante la muerte. La opinión común entre nosotros como cristianos es que, si alguien tiene una genuina fe, deberá poder enfrentarse a la muerte sin temor ni duda.
Es duro ser humilde, no porque no tengamos deficiencias más que suficientes para merecer la humildad, sino más bien porque hay un astuto mecanismo en nosotros que normalmente no nos deja ir al lugar de la humildad.
Una amiga mía cuenta esta historia. Creció con cinco hermanos y un padre alcohólico. El efecto del alcoholismo de su padre fue devastando a su familia.
En un interesante libro, La voz interior del amor, escrito mientras estaba en una profunda depresión emocional, Henri Nouwen comparte estas palabras: “El gran desafío es experimentar y sobrevivir a tus heridas en vez de pensarlas.
La congregación religiosa a la que pertenezco, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, ha tenido una larga relación con los pueblos indígenas de Norteamérica.
Hace algunos años asistí en un fin de semana a un retiro dado por una mujer que no escondía el hecho de que no poder tener hijos constituía una profunda herida en su vida. Así que ofrecía retiros sobre el dolor de no poder tener hijos.
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